¿Como puede un sistema lingüístico describirse a sí mismo (:-)?
Bueno, digamos que el sistema lingüístico está formado por todo el conjunto de frases, afirmaciones, preguntas, discursos y similares que fluyen a lo largo y ancho de nuestro sistema neuronal.
Podríamos estructurarlo de diversos modos, pero uno de los aspectos que más nos interesa aquí es su relación con el sistema de «creencias».
O sea: las creencias sobre lo que es bueno o malo, sobre lo que es cierto o falso. Y, en suma, lo que debe hacerse y como ha de hacerse: las decisiones que deben tomarse.
Con esto engarzamos con lo que veníamos comentando en capítulos anteriores sobre la toma de decisiones.
Tenemos creencias que se forjan a partir de nuestra propia experiencia sensorial: «Creemos en lo que vemos».
Otras creencias se forman a partir de inputs lingüísticos procedentes de nuestro entorno social: creemos lo que dicen nuestros padres, maestros, políticos, científicos… o lo que dicen libros, como los académicos, la Biblia, el Gita, el periódico, etc.
En realidad no se trata de un todo o nada, un «creer o no creer». La mayoría de creencias son como hipótesis que llevan asociadas una probabilidad de ser ciertas, o «buenas». O también una cierta carga emocional.
Algunas creencias pueden ser simplemente técnicas, y las abandonamos sin dificultad cuando comprobamos que no son operativas.
Otras parecen haber arraigado profundamente en nuestro cerebro y no podemos desprendernos de ellas sin originar una auténtica revolución neuronal. Como si literalmente hubiesen echado raíces.
O podemos hablar de creencias fuertemente imbricadas en el sistema emocional. Son los valores o actitudes. Cuando creemos por ejemplo, en la superioridad de nuestra raza, nuestro sexo, o en la dieta vegetariana.
Entonces ya no se trata de una afirmación técnica, que pueda ser verdadera o falsa; es una «línea de fuerza» que empuja en una dirección concreta.
Retomando el hilo de los inputs visuales y lingüísticos, podríamos decir que el input visual pone a prueba el sistema de creencias establecidas a través de inputs lingüísticos.
Con la experiencia directa de «los hechos» comprobamos si lo que nos dijeron nuestras fuentes (padres, maestros, médicos, etc) fue correcto.
Pero, claro, hay hipótesis o creencias que no pueden ser contrastadas por la experiencia directa. El pasado, los acontecimientos pasados, la historia familiar y nacional….
¿ de dónde venimos?
¿Quién creó el mundo?
¿Existió Jesucristo?
El futuro: las consecuencias futuras de nuestros actos,
¿a donde vamos?
¿Me curaré del cáncer con esta terapia?
¿Cambiará el clima?
¿Juicio final?
¿Reencarnación?
Los ángeles, los dioses los diablos, ¿existen realmente? ¿Influyen en nuestras vidas? ¿Premian o castigan nuestras decisiones?
Entonces, este tipo de hipótesis, no contrastables por experiencia directa tienen todos los boletos para echar raíces en la estructura profunda de nuestra conciencia, de nuestras creencias, acompañarnos de la cuna a la tumba, previa transmisión a los descendientes.
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En cuanto a la gestación y evolución del sistema de creencias, parece que vengamos programados genéticamente para adoptar el sistema de creencias de nuestros padres.
Al menos no parece muy probable que desde recién llegados nos impliquemos en una investigación autosuficiente y autodidacta del mundo.
Según los antropólogos ni siquiera es posible un desarrollo cerebral «normal» si durante sus primeros años, el bebito, no experimenta una buena interacción lingüística con sus congéneres.
Entonces, digamos, que el bebito, el infante, es dotado de un sistema lingüístico y de creencias y valores básico que le permite funcionar en la vida de un modo cada vez más autónomo.
Luego, en un momento dado, el individuo, comienza a replantearse su sistema de creencias, total o parcialmente.
No sé si es adecuado situar en la adolescencia el momento en que toca cuestionar las creencias paternas. De entrada parece que sí. Aunque este «diálogo» con nuestro sistema de creencias puede durar toda una vida.
Y no parece que todo el mundo siga el mismo camino. Algunas personas muestran desde temprano una inagotable vocación de búsqueda y reconfiguración del sistema en cuestión. Otras, sin embargo, no llegan a cuestionar en la vida los principios básicos sobre los que fueron educados.
Finalmente, pareciera también que, con los años, nos vamos volviendo mas conservadores, y más reacios a cambiar nuestros puntos de vista.
Bueno, ahora la cuestión es investigar como se articula el cambio de creencias.
¿Porqué dejamos de creer en los padres y comenzamos a confiar en «extraños»?
¿porqué seguimos a un líder, un gurú, en lugar de otro?,
¿ porqué otorgamos a ciertos textos el carácter de «literatura sagrada» y los leemos en estado de «adoración» y permitiendo que se instalen en la estructura profunda.?
Y luego queda por examinar la relación de lo que veníamos denominando como «conciencia despierta» con el sistema de creencias.
Carne para próximas meditaciones.