La piedra debía de tener dinamita (viene del post anterior). O quizá, más bien, sería mi sistema neuronal el que estaría un poco dinamitado 😀
Apenas si me fumé un porrillo, pero ya experimenté un subidón como de alucinógeno, si es que es posible establecer comparaciones.
Me reafirmé en mi decisión previa de dejar de fumar: ciertamente, aquella piedra tenía que ser la última…
Me dí un baño caliente y relajante. Al salir de la bañera, y mientras me secaba, mirándome al espejo, quedé boquiabierto viendo como mi rostro se transfiguraba… se iba conviertiendo…
¡En Jesucristo!
Bueno, no había tenido el gusto de conocerlo con anterioridad 😀 😀 y la verdad no sabía cuál era su verdadero rostro. Pero, bueno… era éso…
No, no era algún retrato de El Greco o de Velázquez superpuesto sobre mi cara. En realidad era Yo mismo, era mi cara, era mi aura, pero que al mismo tiempo era la cara, el aura de Jesucristo.
Pero, espera… había alguien más ahí. Era Buda. La cara de Cristo era al mismo tiempo la cara de Buda, que al mismo tiempo era mi cara.
Pero… ¿Alguien más?
Sí, bueno, alguien o algo… difícil de explicar… era como un aura «galáctica», una energía extraterrestre que hilvanaba los tres rostros en uno.
Me dí un par de pellizcos y me alejé del espejo. Me dirigí sigilosamente a mi cuarto, cuidando de no cruzarme con nadie, no fuera que viesen lo mismo que había visto yo 😀 😀
Luego, no recuerdo cómo fue, si me quedé dormido, o quizá me costó conciliar el sueño… pero en un momento dado comencé a percibir, o soñar, no sé si despierto o dormido una «cosa».
Digo percibir por usar una palabra del diccionario. Aquello no tenía forma, contornos, ni color, por lo que no podría decir que lo estaba «viendo». Vamos, que no residía el el plano tridimensional ni en el visible. Tampoco sabría decir si esa «cosa» era «algo» o era «alguien», más bien me inclinaba por la primera opción. Era «algo», pero no un «ser» humano o humanoide. Y era algo que yo ya había «visto» antes, mucho tiempo antes…
Lo había visto antes de nacer.
Pero no podía explicarme qué tipo de energía o de cosa era eso.
A esta cosa le siguió otra, de similar naturaleza. Pero esta nueva cosa sí que era «Alguien».
Era mi madre.
Como decía, no tenía forma, ni color ni sonido, pero al contacto energético podría traducirse en un mensaje, algo así como:
«¡Isar!, Pedazo de capullo, ¿cuando vas a dejar las drogas de una puta vez?»
Bueno, no voy a decir que me crea que realmente mi madre vino desde el más allá para pegarme un tirón de orejas. Lo dejaré como un simple alucine. Una simple jugada del inconsciente.
En cuanto a la transfiguración del rostro, alucines aparte, simbolizaba de una manera bastante gráfica mi «cosmogonía» espiritual. El Camino consistía en una transmutación progresiva desde mi situación actual, asimilando la energía crística, hasta convertirme yo mismo en un Cristo. O un Buda, da igual, ambos personajes eran, o representaban lo mismo: una poderosa energía universal que trascendía, con mucho, las terrenales interpretaciones del cristianismo convencional plasmado en las estampas de los citados pintores.
Tampoco era una temática casual: por esa época andaba con el libro de «yo visité Ganimedes» y alguno de Max Heindel que versaba sobre los estadios postmortem y prenatales…
Al día siguiente regalé la piedra a unos amigos. Serían unos 25 gramos. Supongo que comenzarían a pensar que lo mío era cosa seria 😀
Y así terminó mi vida de fumador militante…bueno, en realidad ya había terminado hacía varios meses, con el viaje al infierno… aquello no fue más que un desliz… una necesidad de reafirmar mi espíritu rebelde ante la apariencia, tan políticamente correcta, de mi nueva vida 😉