Fauna y Flora Académica

El primer día de clase fue representativo del nuevo ecosistema que me aguardaba.

Nunca me han gustado los primeros puestos 😉 , y menos aun en las aulas. Mi sitio favorito está en la última fila, a la derecha. No me agrada sentir sobre la nuca las miradas de los compañeros que pudieran sentarse detrás. A ser posible una pared cubriéndome la espalda y el lateral…

Allí, en la esquina trasera derecha, me acerqué a unos compañeros que me resultaron especialmente simpáticos, no en vano sentíamos predilección por las mismas coordenadas 😇😈

Molly, el profe de Matemáticas, se había hecho famoso por haber sido reclutado por la NASA y tenía el Ego un poco subidillo de tono. En sus ratos libres se dedicaba a buscar errores en los libros de texto de cálculo y matemáticas.

Cuando comenzó a buscar voluntarios para subir a la pizarra me sentí seguro. En la última fila, esperaba pasar desapercibido.

pizarra

Pero no.

Su mirada escudriñadora se fijó en mí. Me mandó subir a la palestra.

Se me hizo un nudo en el estómago. Así, de repente, ponerme bajo las miradas de varias decenas de compañeros…

¿No quería yo pasar desapercibido? ¡Toma!

Allí fui. Si había que morir, que fuese cuanto antes. 😀

– A ver, dibújame un ángulo de 55°

pizarra2

Me quedé sorprendido del requerimiento. Nunca me habían planteado algo similar en una clase de matemáticas. Los ángulos eran agudos, obtusos o rectos. Nada más. A nadie se le ocurre que un ángulo deba dibujarse con su inclinación correcta. Para eso están los números. Con poner «55°» dentro del ángulo bastaba y sobraba. Lo verdaderamente importante era saber aplicar después las funciones trigonométricas.
Así que entendí que lo que el buen hombre quería era un ángulo agudo. Lo dibujé.

anguloagudo

– Ese ángulo no tiene 55° -protestó- . Ese ángulo tiene 37°

Me encogí de hombros. «Bueno, qué más da -pensé- A ver que quiere que haga ahora»

– ¿No me has oído? ¡Ese ángulo tiene 37°!

bullying2

Le miré alucinado. ¿De qué va este tío?

Mientras valoraba si atizarle con el borrador en toda la calva decidí que era buen momento para poner en práctica las tesis neocristianas de amor al próximo. No sabía muy bien cómo se suponía que habría de hacerse pero intenté transmitir amor, paz y serenidad, sintonizando con la clave vibratoria de Molly a través del conducto visual…

amor1

Me despachó rápido 😀 😀 .

– Anda!, vete a tu sitio!, ¡¡parece que estas grogui!!

Y me volví de nuevo a mi querido rincón ante las diplomáticas miradas del resto de la clase.

– A vosotros no os llamará la NASA – espetó, dirigiéndose ahora a todos los alumnos.

Más tarde miré en el diccionario el significado de éso de «estar grogi» 😀

Nunca más volvió Molly a requerir mis «servicios». Pero, a partir de entonces, y con relativa frecuencia, nuestras miradas se encontraban durante las clases. Mientras él soltaba sus algebráicos discursos yo transmitía amor y energía positiva desde la última fila.

##

Las ingenierías son de las disciplinas más agresivas y elitistas de por sí. La excesiva valoración del ingenio, el «tener coco» y el solapado desaprecio por otras disciplinas «blandas» generan insufribles Egos y una visión del mundo un tanto sesgada.

El programa de estudios con sus exámenes, sus «pruebas», sus «grados», sus ceremoniales, influye inevitablemente en el psiquismo y la autoimagen del candidato y guarda cierto paralelismo con las iniciaciones Masónicas y Ocultistas. No es de extrañar que siempre nos encontremos al Opus intentando tomar el control de estos ecosistemas, de donde saldrán los posibles futuros cuadros directivos del tejido empresarial.


Hay que decir que las pruebas evaluatorias tienden a ser objetivas, dentro de lo que cabe, e independientes de las relaciones particulares con los evaluadores. Hablo de «tendencia» dadas las características de la especialidad: las máquinas funcionan o no funcionan, los misiles o dan en el blanco o perdemos la guerra. Y si la solución de un problema es el número 3453,67 pues es 3453,67 no hay más vueltas. A pesar de todo, algunos profesores siempre se resistían a entender este principio de objetividad, finales del S. XX, en beneficio de sus ideales político-culturales. Se apelaba a un «factor humano», campanas oigo, que en la práctica se traducía en valorar la afinidad político-cultural-religiosa del alumno a la hora de otorgar los méritos académicos.
Pero me estoy adelantando. Eso todavía no era un problema en los primeros cursos. Ya se encargaría el propio proceso selectivo e impersonal de endoculturizar a los alumnos o de derivarlos hacia otro lado.

Y, la verdad, es que la maquinaria académica cumplía adecuadamente su función. Los estudiantes, ante todo, fabricaban un Ego, con un arrogante sentido de superioridad, más o menos solapado, frente aquellos que no superaban las pruebas académicas.

-«¡Ese tío es tonto! ¡No sé cómo aprueba»

Fue un comentario de un compañero, que me hizo mucha gracia, que refleja toda una filosofía de vida 😀

Se trataba de expresar el desprecio por un próximo. Pero, claro, como aprobaba las pruebas masónicas, (perdón quise decir académicas), estaba protegido por la estructura académica, a la cual mi colega rendía pleitesía, no sé si de una forma muy consciente.
La ecuación era evidente: La estructura académica separaba a los buenos de los malos. Separaba a los mejores de los peores. Separaba a los dignos de admiración y respeto de aquellos otros que… ejemmm… bueno, mejor ponerles a comer aparte, casta inferior en la jerarquía académica… Maestrillos filósofos, sociólogos, letrados… eran en general mirados por encima del hombro, como carreras poco serias, por no hablar de aquellos que no habían pasado la Secundaria, o peor aun, la Primaria, casta inferior donde las haya.

Yo mismo me sentía asaltado en ocasiones por tales movimientos del Ego.
Una ocasión, en un examen, recuerdo un compañero que pedía al profe aclaraciones sobre un problema. Por los planteamientos que hacía me dí cuenta de que no entendía el problema y de que iba a suspender el examen. Yo ya sabía como enfocarlo y me sonreí maliciosamente por dentro. ¡Me alegraba de superarle! ¡Me alegraba de su fracaso!

Inmediatamente sentí vergüenza de mis pensamientos. ¿Era yo realmente? ¿O era el influjo del campo aural del colectivo de estudiantes?
¿A donde iba a llegar? ¿En qué me iba a convertir si seguía metido en ese ecosistema?

Ciertamente, no tenía mucha afinidad por el compañero en cuestión. Su posición política favorable a la dictadura y al «alzamiento nacional» no me resultaba muy simpática.
Pero éso no me servía de mucho consuelo. Aquel movimiento del ego había surgido de las más tenebrosas profundidades de mi interior, y no presagiaba nada bueno.

No, yo no seguiría por ese camino.

«Tolerancia cero» con la arrogancia académico-profesional. Yo seguiría por la senda gnóstico cristiana, basada en el amor al próximo, la humildad, igualdad, fraternidad, … (Oye, que masónico suena todo de nuevo Eh? )

Pero… ¡»como abajo así también es arriba»!

Los mismos parámetros que rigen el movimiento del Ego en una escuela de ingeniería tienen su equivalente en una escuela espiritual de tipo ocultista, orientalista, budista o gnóstica. La misma «carrera», la misma «competición», la misma discriminación entre mejores y peores.

Apenas si estaba eligiendo el camino espiritual ya me estaba elevando por encima de mis compañeros, sobre la base de mis supuestos méritos espirituales.

¿Como superar la contradicción?

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¿Cómo encontrar la fórmula vibratoria adecuada y no morir en el intento?

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Y está la cuestión de que, cuando el Ego se engorda a sí mismo sobre la base de unas habilidades técnicas, matemáticas e ingenieriles, lo hace sobre una base objetiva o coherente. La realidad se convierte en juez imparcial de la citada habilidad.
Más inestable resulta el Ego que se engorda a sí mismo sobre la base de cuestionables méritos espirituales, de naturaleza subjetiva. Uno puede considerarse a sí mismo, si quiere, como el «Superior Absoluto», sobre la base de criterios del tipo espiritual-subjetivo. Pero, claro, no puede esperar que otros compartan su subjetiva percepción. Al contrario que el técnico, que trabaja sobre habilidades demostrables.

Es cierto que también un deportista engorda su ego sobre la base de criterios objetivos. Pero hay una diferencia. El deportista se sabe superior sobre la base de una habilidad física concreta, pero asume que no es fundamental, que pertenece al mundo de lo profano. Puede ser el mejor levantador de piedra pero asume que hay otras cosas más importantes en la vida, respecto a las cuales puede mantener una actitud más humilde. No así el místico que, sintiéndose superior en el terreno de «lo sagrado», y no habiendo criterios objetivos que lo falsabilicen, se siente superior en términos absolutos. Pues para él no hay nada mas importante en la vida que el sagrado mundo místico. Y, sí, puede reconocer pequeñas carencias, pero, no siendo consideradas como fundamentales, no perturban su actitud fundamental. El ingeniero se sitúa entre lo uno y lo otro, si bien, según los casos, y a falta de otros valores fundamentales, la profesión, la carrera, y su parafernalia asociada, pueden llegar ocupar el terreno de «lo» sagrado.

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Acerca de Isar

Investigador de todo...
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