
La matemática, el número, la geometría… guardan su misterioso encanto. La mejor manera de perderlo… es a través del estudio académico 🙂 .
Siempre lo había intuido, de un modo u otro, sin llegar a asirlo con claridad.
El cálculo diferencial e integral nos mete de lleno en el misterio de lo «infinitamente pequeño». De aquí dedujo Leibnitz la inconsistencia de la noción de espacio. Todo aquello que tiene dimensión es susceptible de dividirse en partes más pequeñas. De modo que, si existiera algo indivisible, no podría tener dimensión, tendría que ser de otra naturaleza.
La noción de espacio va indisolublemente unida al órgano de la vista. Y, por alguna razón, es este órgano el que nos hace creer que existe un mundo, «ahí afuera».
Cuando oímos un ruido o tocamos un cuerpo caliente, olemos algo… más o menos entendemos que el sonido está dentro de nuestra cabeza. Que hay «algo fuera» que provoca el ruido, o el olor. Y que la percepción sonora o táctil es esencialmente diferente de ese «algo» que la provoca. Pero con lo que vemos con nuestros ojos tendemos a pensar que, realmente, éso que vemos existe ahí afuera.
El espacio tridimensional, sobre el que se basa buena parte de la matemática moderna, (líneas, curvas, planos, geometría…) es, esencialmente, una construcción visual.
Ahora bien, la cuestión es ver si todo el universo matemático-conceptual, asociado al espacio tridimensional es previo, o independiente de su manifestación visual.
Y engarzamos aquí con el enfoque platónico de las Ideas como fuente primordial, a imagen de las cuales se forma el «mundo».
Pero vamos a la matemática más básica:
El número.
Cuando durante mis primeras clases de filosofía escuchaba aquello de que los griegos decían que los números eran el origen, o arjé, de todas las cosas, me quedaba a cuadros, intentando comprender qué tenían en la cabeza, o cómo uno podía establecer esa relación causal. Me visualizaba unos dígitos numéricos flotando por el hiperespacio y, la verdad, no entendía el pensamiento, por muy mágico y primitivo que supuestamente pudiera ser, que les asignase la función de originar el mundo.
Pero una cosa es el dígito, el símbolo, y otra la Idea representada.
«En el principio era el Uno»
¿o era el Dos?
Bueno, ésto ya suena un poco mejor. El significado de Uno, la Idea de Unidad impregna toda la creación. Al igual que la Dualidad o la Trinidad.
Afinamientos filosóficos aparte, si «todo es Uno» o Advaita, o «todo es Doble» ya hemos abierto un puente desde el número hacia el arjé, o al menos hacia cuestiones trascendentes.
Unidad en la diversidad
El número es, en cierto modo, un puente entre la unidad y la diversidad…
Si, por ejemplo, en un paisaje distinguimos, diferentes elementos, el «Uno» ya se hace presente en cuanto que el paisaje es Uno. Si distinguimos dos o tres árboles, si distinguimos un Dos, o un Tres, el Uno ya se haya presente en el Dos y en el Tres.
Quiero decir que, cuando distingo un Dos, dos árboles, por ejemplo, es que esos dos elementos tienen algo en común, algo que los Une, algo que los hace Uno, por encima de los demás: La Idea de árbol, que quizá diría Platón. Un conjunto de Dos árboles, también podríamos decir, pero también algo más íntimo, más profundo, la Idea de «árbol»…
Fue desarrollado en algún diálogo platónico, «Parmenides» creo recordar, lo contrastaremos más adelante. El concepto de la igualdad y/o la semejanza.
Pero, claro que, si tenemos un conjunto de dos árboles ya tenemos un Tres: los dos árboles y el conjunto de dos árboles.
Tenemos también el paisaje que incluye a los árboles, con lo que tenemos el cuatro, y el resto del paisaje, excluidos los árboles, que nos lleva al cinco. E, igualmente, a otro nivel, podríamos discriminar entre el paisaje observado y el observador que observa.
A ver cómo podemos poner orden en todo esto.
El concepto de Unidad que «une» a todo lo existente parece más o menos claro, al menos a nivel teórico. Pero, ¿por donde aparece el Dos?
Sí, hemos visto el ejemplo de los «dos» árboles. Pero antes de aparecer los árboles ya teníamos un paisaje y un observador. No es que quede muy redondo.
Si distinguimos la Idea del Uno que interpenetra todo, podemos también poner sobre la mesa su opuesto, su negación: el no-uno. O sea, derivamos directamente en el Dos. Entendiendo el Dos como todo aquello que No-es-Uno, o sea: la infinita diversidad en su conjunto.
Quizá dirán los advaitas que la infinita diversidad es ilusoria, o maya. Pero, a fin de cuentas, una ilusión que está ahí. Tendríamos el segundo número, o segundo nombre.
Por cierto que, número y nombre tienen la misma raíz. Numerar también es nombrar.
Si tenemos un Único-Todo tenemos un Único concepto y un Único número-nombre para designarlo. A partir de aquí, la tarea consiste en ir elucidando ordenadamente el resto de los números-nombre-concepto.
Ya tenemos el concepto de lo uno y de lo múltiple. Pero como buenos opuestos no van aislados sino Unidos por una línea. Tendríamos el tercer concepto «conciliador», digamos que «la unidad en la diversidad», o «diversidad en la unidad».
Pero vayamos a nuestra conciencia práctica. A ver si podemos convertir estos substantivos abstractos que parecen flotar en el hiperespacio de las Ideas, en verbos «hechos carne».
«Vibrar en la Unidad», podríamos decir, o: «Vivir la experiencia de la unidad». Frente a su opuesto: «Vibrar en la diversidad».
Y ambos opuestos se presentan relacionados por un continuum, una línea… que por supuesto va caracterizada matemática, o numéricamente.
La trasmutación de un concepto en otro se realiza sobre la base de una magnitud, de un número. Como si dijésemos que tal estado de conciencia vibra al 80% en Unidad o en un 20% en no-unidad. Pues, siendo opuestas, el 100% de una correspondería al 0% de otra.
Naturalmente, estamos hablando de percepciones subjetivas y no podemos establecer, en principio, por ejemplo, una estimación de un 87,34% para el valor del verbo vibracional. Tampoco estoy muy seguro si sería adecuado asignar un 100% o un 0%, pues significaría romper con el opuesto. Como en la simbologia del Yin y del Yan, el principio del opuesto nunca se extingue del todo.
La unidad está en el Ser. Todo lo que ES, esta unido en el SER. Todos los elementos del paisaje participan del Ser, participan, por tanto, de la unidad.
Los árboles del paisaje participan del ser-árbol: participan a su vez de otra unidad a otro nivel.
La diversidad se refiere al no-ser. La montaña no-es árbol, el árbol no-es manzana. Participan de la desigualdad, de la desemejanza, de la desunión.
El manzano y el cerezo se asemejan, en cuanto que son árboles. Pero al mismo tiempo son diferentes. Participan de la igualdad pero también de la desigualdad. De la unidad y la diversidad.
Bueno, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia 😉 . Pero éste era el jeroglífico, la auténtica ecuación diferencial pendiente aún por resolver. La ecuación, cuerpo geométrico, que relacione todos los conceptos fundamentales.