Analizando el Discurso Espiritual

La influencia Rijckenborgiana. Análisis del discurso. Emisor y Receptor. Reacción intelectual y emocional. Exhortación o afirmación. Valoración del emisor y valoración del mensaje. Lavado de cerebro. Sectas destructivas. Mecanismos de valoración de discursos: analisis racional, análisis cultural, abrazo intuitivo. La verdad inscrita en el interior. Abrazando al mensajero.

La influencia Rijckenborgiana

A lo largo del blog he venido usando cierta terminología Gnóstico-Rosicruciana que he heredado, precisamente, de estas ramificaciones modernas de la RosaCruz.

Hasta el momento, he mantenido discreta, la fuente original, no por nada en especial, solo por mantener el suspense de la narración.

Me toca ahora dar un repaso a la literatura rosicruciana y sus posibles líneas de influencia. No es tarea fácil, ni fácil es tampoco separar la influencia Rosicruciana propiamente dicha, de mi filosofía previa, ni de otras influencias procedentes de otras fuentes.

La filosofía rosicruciana guardaba muchas similitudes con la que yo venía desarrollando independientemente desde un tiempo atrás, y que he venido plasmando en los capítulos previos.

Desde el Jnana-yoga, Herman Hesse, la saga de «Filosofía del lenguaje», la experiencia de la mescalina, el «Cristianismo Gnóstico», los Upanishads…

(De hecho, la propia Filosofía Rosicruciana bebe de la literatura sagrada del pasado: Budismo, hinduismo, cristianismo, hermetismo, etc.)

Tanto es así que me extraña no haber reaccionado con un poco más de ímpetu, con un poco más de entusiasmo, en aquella primera toma de contacto.

Mi reacción fue más bien defensiva: «¡ésto no es nada nuevo!», «¡ésto ya lo sabía yo!», «¡una «escuela» tal no es necesaria!» «La investigación debe partir de uno mismo, sin gurús intermediarios«,,,, etc…

Supongo que, en parte, albergaba una cierta desconfianza ante las organizaciones burocráticas y movimientos sectarios y jerárquicos. Pero, por otra parte, me encontraba sólo en el Camino, y qué menos que intentar acercarme a un grupo de personas que, al menos supuestamente, compartían unos planteamientos vitales similares.

Había algo más. Y es que si desconfiaba de movimientos sectarios, igualmente desconfiaba de mí mismo, de mi aptitud mental, o más exactamente, desconfiaba de si mis planteamientos espirituales no serían ellos mismos síntomas de una esquizofrenia galopante. Y, claro, tampoco confiaba, menos aún, de instituciones convencionales políticamente correctas.

No pensaba que otros seguidores de los planteamientos rosicrucianos fuesen víctimas de algún desajuste psicótico. Lo veía con buenos ojos en el caso de terceros, pero mi caso particular tendía a verlo como fruto de un complejo desajuste originado por alucinógenos, o una Kundalini irritada contra un carácter introvertido en exceso. Lo que sí tenía claro es que las diversas comunidades religiosas de que tenía conocimiento (que tampoco eran muchas) no iban especialmente conmigo. O, al menos, dentro de lo malo, no veía algún planteamiento mejor que el rosicruciano. La disyuntiva, en aquel momento, no era entre la Rosacruz y otra escuela similar, la disyuntiva era entre la Rosacruz y un camino en solitario… y el consiguiente intento de desarrollo de «escuela propia».

Con este estado de ánimo me fui iniciando en la literatura y, poco a poco, mi cosmogonía particular, mi sistema de creencias se fue enriqueciendo, o completando con nuevos elementos. El abrazo, por supuesto, no fue total, desde luego, ni exento de críticas.

Aprovecho pues para filosofar sobre el discurso espiritual y su impacto en el receptor, y con vistas a su posterior aplicación al rosicruciano.

Sobre análisis del discurso

Como en todo discurso llegado del exterior, en todo «input» de información, podríamos pasar a clasificar los diferentes ítems, o sentencias (afirmaciones y exhortaciones, principalmente), en función de sus características peculiares.

En principio, supongamos una tipología en función de la reacción del receptor. Una reacción que, de momento, voy a valorar sobre dos aspectos: intelectual y emocional, y en función de si se refiere al emisor o al mensaje propiamente dicho.

La reacción intelectual, (normalmente ante el mensaje) se refiere, por ejemplo, a la veracidad, o credibilidad, asignada por el receptor a cada ítem informativo. Una veracidad que, a su vez, no tiene porqué ser binaria, del tipo verdadero-falso, todo-nada. Pongamos que se le asigna internamente una probabilidad de que el ítem sea cierto o falso, (o, si se prefiere, una escala de cinco, diez o cincuenta escalones, del tipo mucho-poco-bastante-nada 😀)

La reacción emocional ante el emisor 

Que puede ser simpática o antipática, o neutra.

En cualquier caso, intelectualmente, el receptor puede calibrar una informacion como verdadera, pero, emocionalmente, aún puede reaccionar de una manera más o menos negativa hacia el «mensajero», hacia el emisor.
Podemos abrazar fervorosamente al emisor (figuradamente me refiero), como portador de una verdad que compartimos previamente,  o como portador de una nueva verdad que desconocíamos.

Pero también podemos mirarle un poco por encima del hombro con el pensamiento de «éso ya lo sabía yo«, o «qué me vas a decir tú a mí«, o similares.

Incluso en el caso de que el emisor nos aporte una nueva verdad podemos descalificarle con fórmulas diversas. Por ejemplo, que el emisor divulga una verdad, «que sí, que es verdad, pero que a ver donde lo ha leído», que «seguro que ni él mismo la entiende», que «repite como un loro algo que oyó por ahí», etc, etc. En suma: que reconocemos la verdad en labios del emisor pero no abrazamos al emisor mismo, ni le reconocemos ningún mérito por ello. (En capítulos previos ya salió algo de ésto, por ejemplo en la relación Heindel-Steiner)

Inversamente, también es posible que, intelectualmente, calibremos la información como falsa pero nuestra reacción ante el receptor sea positiva. Esto puede ser, por ejemplo, cuando reconocemos un error que nosotros mismos hemos mantenido en el pasado. El interlocutor nos resulta simpático, o cercano, pues reconocemos en él el mismo error que mantuvimos nosotros, y que más tarde subsanamos.

La reacción negativa contra el emisor se refiere a un error, un desacuerdo, sospechoso de profunda negligencia o mala fe. En el contexto de un discurso procedente de una secta, o de un gurú espiritual, las sospechas pueden referirse a intentos de manipulación o engaño más o menos consciente.

Reacción emocional ante el mensaje

Pero también podríamos considerar una reacción emocional ante el mensaje, cuando el receptor se ve confrontado con una exhortación, un tono imperativo, que en principio no es susceptible de una valoración intelectual verdadero/falso, sino de una reacción emocional positiva-negativa, atracción/repulsión, como cuando escuchamos algo así como:»¡enderezad vuestros caminos!» o » votad a nuestro lider» o «¡no comáis carne de cerdo!».

Claro que, en general, vamos a tener una fórmula que transforme la orden imperativa en una secuencia de afirmaciones enunciativas. Pongamos por ejemplo, para el caso de la carne de cerdo:

«Existe un camino de desarrollo espiritual» (Verdadero/Falso)

«Quiero recorrer el camino de desarrollo espiritual» (V/F)

«La carne de cerdo perjudica el desarrollo espiritual» (V/F)

«Ergo, por lo tanto, 😉 decido dejar de comer cerdo» (V/F)

De esta manera modulamos, dentro de lo que cabe el impulso emocional de la exhortación.

Entonces, y recapitulando, podemos clasificar las siguientes reacciones básicas, intelectual/emocional, ante el discurso enunciativo entrante:

Verdadero-Positivo

Reconocemos el ítem como verdadero (o asignamos alta probabilidad de que sea verdadero) y reaccionamos simpáticamente hacia el emisor (en un grado mayor o menor de simpatía, agradecimiento, admiración). (¡ésta es la verdad! )

Verdadero-negativo

Aquí reconocemos la veracidad del ítem, pero mantenemos las suspicacias frente al emisor. «Sí, de acuerdo, el mensaje es verdadero, pero eso no nos dice nada de la competencia o buena fe del interlocutor«. «Quizá divulga como un papagayo verdades que ni siquiera comprende«. «Quizá está  intentando camelarnos con unas cuantas buenas verdades para luego colarnos el gazapo«.


También podemos plantear la objeción de la perogrullada: «sí, de acuerdo, es cierto, todo el mundo lo sabe, vaya cosa que nos dice«, «te habrás quedado calvo detrás de la oreja…»

Falso-Positivo

Aquí detectamos un ítem falso, pero mantenemos la actitud positiva. Quizá con cierta superioridad condescendiente. «Yo también pensaba como tú cuando era joven, pero ahora bla, bla, bla.» «Ya espabilarás«, «con el tiempo te darás cuenta de que éso es así o asá«

Falso-Negativo

Aquí el ítem falso va unido a una percepción negativa del emisor. Bien sea que suelta falsedades por negligencia, o ignorancia, o por mala fe, con intenciones manipuladoras. Es la objeción clásica frente a nuevos gurús de nuevas sectas que, supuestamente, pudieran engañar de mala fe a sus seguidores.

Ítems exhortativos

Cuando nos encontramos ante un ítem imperativo, o exhortativo, igualmente, podemos clasificar las reacciones del receptor:

Positivo-positivo: reaccionamos positivamente tanto a la exhortación como al emisor.

Positivo-negativo: reaccionamos positivamente a exhortación pero no reconocemos autoridad al emisor. Incluso parece que puedan anularse mutuamente, cuando, por ejemplo, alguien que no nos cae bien nos da un buen consejo y nos negamos a aceptarlo.

Negativo-positivo: lo mismo que en el párrafo previo. Rechazamos la exhortación pero mantenemos cierta simpatía con el emisor. Aunque, normalmente, existe la tendencia a perder la simpatía por alguien que nos exhorta a algo con lo que no estamos de acuerdo.

Negativo-negativo: igualmente, rechazamos la exhortación que nos resulta tan execrable como el propio emisor.

Más matices

Todavía, podemos introducir más matices o subtipos. Por ejemplo, cuando reconocemos un ítem como verdadero, puede ser algo que ya sabíamos de antemano, («ésto es lo que pienso yo», o «por fin encuentro alguien que piensa como yo«) o , puede ser un descubrimiento nuevo («ostras, pues sí, éso debe ser así, cómo no se me ocurrió antes!«)

O cuando reconocemos una exhortación como positiva: puede ser una exhortación con la que ya nos identificábamos previamente (con lo cual salimos reforzados) o puede ser una exhortación nueva, a la cual nos adherimos, quizá por sumisión al líder emisor, quizá por reconocimiento interno.

También podríamos considerar la importancia o relevancia del mensaje de cara al emisor.

Valoración del emisor y valoración del mensaje

Pero ¿es independiente la valoración del mensaje de la correspondiente al emisor?

Va a ser que no, aunque la interrelación es compleja. La valoración del mensaje va a depender de la valoración previa del emisor. Una buena valoración positiva previa del emisor va a promover, a igualdad del resto de variables, una valoración positiva del mensaje, tanto en el sentido enunciativo como el exhortativo.

El caso extremo es cuando el receptor da por válido el mensaje en virtud únicamente de la valoración del emisor. O dicho de otro modo, que se cree y obedece a todo lo que diga el emisor. Es la clásica relación entre el gurú, o la literatura sagrada, y los incondicionales seguidores.

Un caso extremo, como decía. En la práctica va a venir modulado por otros factores: la lógica racional, el sistema de valores y creencias previo y la valoración de terceros, entre otros.

Supongamos un «receptor» que sale de casa con un sistema de creencias previo, una cierta capacidad lógica y analítica, y un mapa previo de emisores más o menos creíbles. Entonces se encuentra con un nuevo emisor que le lanza un nuevo discurso. Puesto que el emisor en principio es desconocido el receptor va a valorar al emisor en función del mensaje. Lo contrastará con sus creencias previas, su capacidad racional y las valoraciones de otras fuentes, tanto del mensaje como del mensajero.

Supongamos que da por válido el mensaje, con los criterios que sean. Supongamos que igualmente da por válidos otros mensajes del mismo emisor. Finalmente el emisor acaba convirtiéndose en una «fuente fiable» y la veracidad del mensaje acaba estimándose únicamente en virtud de la autoridad previamente reconocida.

El lavado de cerebro

Pero, con las nuevas fuentes, las nuevas creencias, nuevas exhortaciones… ¡cuidado!, nos pueden estar hipnotizando, o persuadiendo subliminal y coercitivamente…

El lavado de cerebro no se detecta a nivel subjetivo, por tanto no figura en la anterior tipología basada precisamente en la relación subjetiva del receptor con el mensaje. Habría que definir otro enfoque para detectarlo y, la verdad, no es fácil a título objetivo.

En la dinámica natural de las relaciones psicosociales es relativamente frecuente que el receptor cambie su sistema de creencias bajo la influencia del discurso emisor. Un cambio de creencias que se produce «de común acuerdo» entre emisor y receptor y de modo que los roles de emisor-receptor se vayan intercambiando alternativamente (aunque siempre aparecen personas más propensas a vender discursos que a asimilarlos, y a la inversa).

La expresión «lavado de cerebro» se refiere a una valoración negativa emitida por un tercero en relación con el cambio de creencias del receptor. Pero no parece fácil plantear unos parámetros objetivos desde los cuales definir la frontera entre lo que sea un lavado de cerebro y una persuasión políticamente correcta. Pareciera, más bien, una expresión propagandística emitida por el tercero, que defiende las creencias originales del receptor y que, por tanto, no estaría de acuerdo con la interacción, oponiénose a ella y pasando a descalificarla.

Otra cosa es que el emisor esté inculcando en el receptor creencias falsas, a sabiendas de que son falsas. (O más rigurosamente, creencias que el propio emisor no comparte) y que a este tipo de interacción le demos el nombre de lavado de cerebro. Puede entenderse así, aunque generalmente también se usa la expresión «lavado de cerebro» cuando el emisor transmite sinceramente, y con éxito, sus propias creencias, aunque sean equivocadas. En la definición de lavado de cerebro que da la Wikipedia, por ejemplo, no se considera este matiz, de si el emisor cree realmente en el sistema de creencias transmitido.

Otra posibilidad es que el receptor se sienta subyugado ante la cercanía física del emisor, tanto a nivel exhortativo como enunciativo. Pero al retirarse recobra su perspectiva original. Tenemos un claro efecto de inducción magnética.

Sectas destructivas

En el análisis clásico de las estructuras sectarias «destructivas» suelen plantearse estos dos tipos de interacción mezcladas. Por un lado se supone un malvado gurú que engaña a sus adeptos llenándoles la cabeza de creencias falsas, (y que el propio gurú es consciente de que son falsas). A continuación, los seguidores del gurú continúan divulgando el sistema de creencias, pero ahora sinceramente, creyendo realmente en su validez.

Pero, en general, por muy déspota que pueda considerarse al gurú, es muy posible que realmente se considere realmente a sí mismo como enviado de Dios en la tierra y con derecho a ser servido incondicionalmente por sus seguidores, (lo cual, precisamente, hace que su discurso sea más creíble). Pero si el emisor está convencido de la veracidad de su mensaje no resulta evidente la diferencia con otro tipo de persuasión.

Otro escenario es que el propio gurú visible sea dirigido por otras fuerzas ocultas, con lo que el gurú actuaría de buena fe, transmitiendo sinceramente sus creencias y la intención manipuladora quedaría oculta. Pensemos por ejemplo, en un servicio de inteligencia o en entidades de tipo extraterrestre o extraterreno.

Entonces, y resumiendo, como mucho, podríamos añadir a las variables anteriores la actitud del emisor hacia el mensaje, o sea, si se cree lo que le está transmitiendo al receptor.

Mecanismos de valoración de discursos

Más arriba he planteado una clasificación de los discursos en función de la reacción del receptor. En función de si la reacción era conforme, o positiva, con el mensaje o con el emisor.

Pero todavía podemos afinar un poco más, yendo al fondo del asunto y a los mecanismos psicológicos internos que conducen al receptor a una valoración más o menos positiva del discurso, o de cada ítem en cuestión, bien que sea enunciativo o exhortativo. (También podríamos considerar otras formas expresivas: metafórica, poética, interrogativa, exclamativa…)

Análisis racional

Disponemos de un análisis lógico y racional, matemático, científico, que resulta bastante universal. Y no me refiero a la ciencia como institución, como jerarquía de «autoridades científicas», sino como disciplina interna de discernimiento, independiente, precisamente, de cualquier autoridad, aunque sea una autoridad de tipo científico o académico.

Claro que, podemos equivocarnos al aplicar el método lógico, como todo buen estudiante de matemáticas comete errores, pero en cualquier caso le damos cierta fiabilidad.

Análisis cultural

No se me ocurre una manera mejor para denominar cierto tipo de análisis basado en la autoridad de terceras personas, a las que otorgamos cierta autoridad. Una autoridad que puede ser del tipo académico, o religioso, o de cualquier otro tipo. Una autoridad, llamemosle, cultural, o subsistémico-cultural.

Con este tipo de análisis, valoramos un ítem como verdadero o positivo en función de la valoración del subsistema cultural de referencia. Por ejemplo, una autoridad científica, o religiosa, o líder en general. O la opinión de nuestro grupo psicosocial de referencia. Puede ser una persona, o varias, de modo que nuestra opinión se forma como resultante de la combinación de autoridades culturales diversas. Y puede ser una opinión fija, o variable en el tiempo, a medida que vamos recibiendo opiniones diversas.

Claro que, en el momento de escuchar el discurso, no siempre tenemos a mano la opinión cultural en cuestión, solo una estimación que se irá puliendo en el tiempo.

Abrazo intuitivo

Pero, en cuestiones genuinamente espirituales, yo diría que lo característico es lo que voy a ir llamando «abrazo intuitivo». Esto viene a ser algo así como que, oyendo un discurso, de repente nos tropezamos con un ítem, una frase, un párrafo, nos impulsa a exclamar, «¡Guau! Eureka! ¡Eso es! Es cierto! Es así!

Se produce un chispazo de reconocimiento, nos sentimos directamente identificados, damos por verdadero el ítem, (o, en su caso, nos sentimos identificados con la exhortación). Y pasamos a registrarlo en el departamento de verdades o creencias sagradas.

Claro que el hecho de que experimentemos este tipo de abrazo no prueba que sea objetivamente cierto. Pero de algún modo nos identificamos: la nueva creencia liberará un sistema de líneas de fuerza que nos influirá y guiará en nuestro camino, no podemos hacer otra cosa que permanecer a la espectativa de los resultados, o de nuevos abrazos-chispa.

Lo que sí tenemos, por definición, es que el abrazo intuitivo no es de tipo racional ni cultural. O sea: no lo abrazamos como consecuencia de un proceso lógico o matemático. Tampoco porque se trate de un hecho experimental que hemos comprobado con nuestros propios ojos. Ni, tampoco lo abrazamos, por seguidismo, o sometimiento hacia alguna autoridad cultural ni, especialmente, la del emisor, o mensajero.

La Verdad en nuestro interior

Podríamos postular que la Verdad se encuentra registrada en alguna parte de nosotros mismos, y que cuando alguien nos habla de ella se produce el consabido chispazo. Pero las cosas no son tan sencillas: cada cual reacciona y abraza verdades diferentes, incluso contradictorias. Nosotros mismos reconocemos y abrazamos hoy un tipo de verdad para sustituirla mañana por otra.

Podríamos postular entonces que, no solo la Verdad se haya inscrita en nuestro interior. También la falsedad y el engaño estaría esperando el momento adecuado para confundirnos. Con lo cual el problema sería distinguir la una de la otra. Pero si no somos capaces de distinguir objetivamente el bien de el mal, pues, no hemos avanzado nada, nos quedamos en simple perogrullada.

O también podríamos considerar que lo que se abraza no son verdades o falsedades absolutas, sino intermedias, a partir de la cual saltamos a la siguiente, según el currículo personalizado de cada cual.

Abrazando al mensajero

El abrazo puede referirse al discurso en sí, o puede hacerse extensivo al emisor, sea éste persona física o jurídica, y estableciéndose entonces un enlace alquímico, en clave jerárquica o igualitaria, según los gustos, y reconociéndose la pertenencia a una misma estructura orgánica.

El abrazo al mensajero tiene sus consecuencias, ya que podemos bajar la guardia, y dar por válidos todos sus mensajes sin actitud crítica previa. A partir de aquí comienza a formar parte de nuestro panteón de «autoridades culturales», como en el Análisis cultural comentado más arriba.

Anuncio publicitario

Acerca de Isar

Investigador de todo...
Esta entrada fue publicada en antropologia, educación, filosofia, gnostico, jnana, memorias, psicologia, religion, rosacruz y etiquetada , , . Guarda el enlace permanente.

3 respuestas a Analizando el Discurso Espiritual

  1. Goyo Galache dijo:

    Me encanta tus razonamientos, los comparto y los entiendo perfectamente ..de alguna forma bebemos de la misma fuente…🙏

  2. Pingback: A los pies del Maestro | isaspi

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s