El sentido de la Vida (I)

Buscadores y conformistas

La introducción a la Filosofía Gnóstica comienza con la preguntita del millón:

¿Porqué vivimos?

O también:

¿Para qué sirve la vida?

Claro que son preguntas universales, y suelen ser planteadas por cualquier movimiento de tipo espiritual o esotérico que se precie. En nuestro caso es el punto de partida.

Esta simple pregunta, en principio, separaría a dos tipos de personas: los, llamémosles, «buscadores» de los “pasivos”, «pasotas» o «conformistas». O quizá habría que hablar de dormidos y semidespiertos… no sé…

El pasivo «no se come el coco con chorradas», vive su rutinaria vida lo mejor que puede, anclado en la trama cotidiana. Tiene sus metas y objetivos mayávicos, con los que se encuentra más o menos a gusto. Pero ésta simple pregunta no le dice nada, no la considera relevante. Solo aspira a «pan y circo», como se dice. A sexo, droga y rock and roll, si se prefiere. Únicamente, un amago de búsqueda se agita cuando se ve privado del pan, del circo, de las comodidades básicas, aunque solo sea para volver a reconquistarlas. Pero por lo demás su actitud resulta un tanto burlesca frente a estas inquietudes.

Nótese que, aunque intuimos la diferencia, el pasivo es tambien un buscador, aunque solo sea de pan y circo. La diferencia va, más bien en la cualidad del objeto buscado. ¿O quizá la diferencia es de grado?

Puede que sea más apropiado el término de conformista, en el sentido de que se conforma con placeres y comodidades clásicas, pero, por el momento, lo dejamos así.

El «buscador» se detiene positivamente ante la pregunta. Considera se trata de una cuestión primordial, superinteresante, misteriosa incluso, y la cual se replantea a menudo.

Aunque luego se olvide, y se deje llevar por la mayávica vorágine cotidiana… cada vez que se topa con la preguntica, no puede dejar de pararse, aunque solo sea un segundo, a reflexionar:

¿Porqué, para qué vivo? ¿Qué fuerza me empuja a través de la vida?

Y como elevándose un poquito por encima de la conciencia ordinaria.

El propio planteamiento de la pregunta se relaciona con el instinto de que, quizá, algo se nos escapa; de que algún profundo misterio nos queda oculto; de que, quizá, no estemos dando la respuesta adecuada.

Y es que estas preguntas no van dirigidas al intelecto. No se trata de buscar en la memoria la respuesta. No se trata de recordar y repetir la solución que quizá nos dieron los profesores tiempo atrás. No se trata de responder acertadamente a la pregunta de un examen. Tampoco se trata de repetir lo que quizá hayamos leído en algún libro sagrado o algún tratado rosicruciano.

La pregunta, siempre actual, tiene la función de alterar nuestro ritmo vibratorio. Tiene la función de colocarnos en otro nivel de conciencia, sutilmente diferente al ordinario. Sutilmente más despierto que el cotidiano. Incluso cuando no vemos ningún sentido, y la vida se nos presenta absurda, el buscador lo sufre así como una carencia, o vacío fundamental, al contrario que el conformista, que se conforma con los placeres y comodidades de una vida superficial.

Por tanto, la pregunta, en cierto modo, no tiene respuesta (al menos verbal). Su vocación es mantenerse como eterna pregunta. La única respuesta apropiada es el silencio, el silencio atento y activo, como invocando el tono vibratorio adecuado. Percibiendo, intuyendo, el misterio que se oculta tras la cuestión:

¿Para qué vivo? ¿Qué debo hacer? ¿Cómo debo ser? (Ver meditaciones iniciales de la primera parte)

Porque, incluso, aunque demos elegantes respuestas: «vivo para seguir a Cristo», «vivo para seguir los pasos de Buda», «vivo para recorrer el camino de la RosaCruz»…

la respuesta corre el peligro de rutinificarse, de quedar vacía de contenido.

El inquieto buscador puede devenir un «pasivo-semidormido», desde el momento en que se asienta cómodamente sobre una elegante respuesta, políticamente correcta…


Los dos instintos básicos

Según Jan van Rijckenborgh (JvR), la vida humana se desarrolla sobre la base de dos instintos básicos:

  • «El instinto de que nada es perfecto en este mundo y
  • El instinto de que debemos protegernos contra la imperfección, corrigiendo o completando lo imperfecto, y realizando así la perfección». (La piedra angular, Abril 83)

La primera vez que leí ésto, algo se iluminó en mí, se me produjo un abrazo intuitivo 😉, el reconocimiento de una evidente verdad, una verdad de las que me gustan, evidente por sí misma… (Aunque luego JvR desarrollaba la cuestión bajo otros ángulos)

Todos, o casi, podemos percibir en nuestro interior este patrón instintivo: el mundo, la sociedad, nuestros semejantes, nosotros mismos… presentamos aspectos que reconocemos como imperfectos… y nos vemos impulsados a trabajar para mejorarlos.

Otra cosa es que cada cual tenga perspectivas diferentes en relación con el modelo de perfección intuido, o el camino de perfección a seguir. Pero el patrón básico de funcionamiento es el mismo: «la vida es imperfecta y debemos luchar por perfeccionarla«. «Somos imperfectos y debemos luchar para perfeccionarnos«. Incluso cuando decimos que «no es necesario ser perfecto» o «yo paso de comerme el coco con la perfección«, solo estamos cambiando un camino o modelo de perfección por otro. Decir que la perfección consiste en no buscar la perfección, o en no empeñarse por ser perfecto, no es más que otra manera, aunque sea en clave paradójica, de señalar otro camino de perfección.

Quizá el problema sea que se mezclan diferentes ámbitos o subsistemas de perfección. Como por ejemplo, cuando resolvemos a la perfección un problema matemático, o técnico… mientras se nos queman los garbanzos en la olla. O quizá nos hemos fumado un paquete de tabaco mientras resolvíamos el problema, o en general hemos descuidado otras prioridades. La «perfección vital» a la que nos referimos, es una perfección espiritual que abarca todos los aspectos, del modo más holístico posible.

Pero volvamos a JvR. Nos dirá más adelante: «Nosotros [RosaCruces] nos negamos a seguir ese instinto [de buscar la perfección]«.

Está aclaración me dejó un poco confundido. Pues, esa negativa a seguir ese instinto, tiene toda la pinta de que, al menos lingüísticamente, de lo que se trata, es de responder a cierto impulso (si no es instinto se le parece mucho) de «buscar la perfección», aunque sea por otro camino.

Y, por cierto, que esta paradoja me recuerda a otra que vimos en capítulos anteriores cuando, por ejemplo, los budistas predican el «no desearás», con lo cual, después de todo, lo que se desea es no-desear, y se desea seguir el camino budista. Y si la fuerza que impulsa al budista no es deseo… de nuevo diremos que se le parece mucho, aunque la denominemos con otro nombre.

(ver upanishads, deseo sensorial y atmanico)

Pero, en fin, si la búsqueda de perfección rosicruciana es esencialmente diferente a otros enfoques espirituales… en principio no es algo que salte claramente a la vista. Habrá que investigarlo más despacio, y señalar más exactamente cuáles sean las diferencias entre el camino rosicruciano y otros caminos similares.


El Bien y el Mal

Pero volvamos a situarnos en el inicial abrazo intuitivo, el abrazo magnético. Toca analizar el asunto más pausada y racionalmente.

Y es que en realidad, JvR no nos está diciendo nada nuevo. Es el eterno juego entre el Bien y el Mal. Los dos instintos Rijckenborgianos, citados más arriba, podríamos plantearlos igualmente como:

  • el instinto de que existe el Mal en el mundo
  • el instinto de que debemos protegernos contra el Mal, corrigiendo el Mal, y realizando así el Bien.

Volvemos de nuevo al Jardín del Edén, cuando a Adán y Eva se les abrieron los ojos, y se hicieron conocedores del Bien y del Mal. Todo ésto va íntimamente unido a la capacidad de decisión, o de elección entre decisiones buenas y menos buenas… pero la decisión va precedida de un pensamiento, una emoción, un sentimiento, una percepción…, unos condicionamientos ambientales y subconscientes y asociada a un determinado estado de conciencia…

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Digamos, en lenguaje moderno, que la capacidad de decisión es la capacidad de emitir autónomamente pulsos electromagnéticos de determinada cualidad vibratoria. Cualidad o calidad, puesto que si el Bien y el Mal pueden ser descritos igualmente como patrones electromagnéticos de determinada cualidad vibratoria, los pulsos electromagnéticos emitidos por la entidad decisora también podrán ser catalogados como buenos o malos, perfectos o imperfectos, en función de cómo armonicen con los patrones generales de Bien o de Mal.

Podemos considerar al ente decisor como que se encuentra en camino hacia el Bien, hacia la Perfección. El ente, por tanto, no sería perfecto, solo que se encuentra en proceso de perfeccionamiento, a través de una secuencia de decisiones o pulsos magnéticos de cierta calidad.

Perfeccion gradual y relativa

Suponemos igualmente que la realización de la perfección es un proceso gradual, que no es posible alcanzar la perfecta meta final con un solo pulso, con una sola decisión. De modo que, en este contexto, la perfección es una perfección relativa, que se refiere a la mejor decisión, la menos mala, de entre las posibles; se refiere al mejor pulso electromagnético que puede emitir la entidad decisora dentro de los posibles, dentro de los límites establecidos.

Tipologías

De modo que tenemos dos matices de Bien, de Perfección:

– en términos absolutos, la perfección ideal, final, total, universalmente holística.

– en términos relativos, la mejor decisión posible de entre las «permitidas» o disponibles.

Ambas vienen relacionadas. Pues la valoración del pulso electromagnético local, o parcial, o relativo al decisor, se realiza en comparación con la perfección ideal, absoluta, con la distancia que la separa, al menos.

Otra cosa es valorar quién haya de ser el Juez que dictamine la bondad o calidad de los pulsos electromagnéticos de cada cual, pues para ello se precisa de una estimación previa de cuál fuere la perfección absoluta. Y ésto nos complica la gestión objetiva del asunto.

En cualquier caso vamos a tener dos tipos de valoración en función de quién realiza la valoración y respecto a qué:

  • la valoración que realiza cada interesado de sí mismo. O sea, cada cual valora, a título subjetivo, la perfección de su propia situación particular. Pero debe hacerlo en función de una estimación previa de aquello que, subjetivamente, entiende como perfección (la medida en que participa de la Idea de Bien, o de perfección, que dirían los platónicos). Y, puesto que el sujeto en cuestión no es perfecto, es de suponer que la valoración tampoco va a ser perfecta, no necesariamente.
  • La valoración que realiza cada interesado de un tercero. O un tercero del interesado, me da igual. O sea, cada cual valora el nivel de perfección de sus vecinos respecto a su propia estimación de lo que debiera ser un estado perfecto.

Así las cosas, todavía nos queda ahondar un poco más en el concepto de Bien, o de Perfección, (que estamos considerando casi como sinónimos) a ver si encontramos una definición mínimamente operativa y objetiva.

La cuestión no es fácil porque, en principio, estamos viendo que cada cual tiene un punto de vista diferente de lo que pueda ser la Perfección, de lo que pueda ser el Bien. Además, cada punto de vista particular se haya un tanto sesgado, precisamente porque se trata de seres imperfectos opinando sobre qué sea éso de la perfección, y es de prever que tal opinión tampoco sea perfecta, precisamente por eso, porque el opinante es un ser imperfecto.


Definición

Entonces, vamos a ver si podemos definir la Perfección, o lo Bueno, en términos parciales y locales a cada buscador como «aquello por lo cual el Sujeto-Buscador está dispuesto a luchar, o a consagrar su vida». Con mayor o menor ímpetu, me da igual.

Alguno vendrá y dirá que lo suyo no es lucha, ni trabajo, sino una no-lucha, un no-hacer 😉. Pero, bueno, en principio tiene toda la pinta de que el no-hacer también es una forma de hacer algo, especialmente si hay una estrategia consciente de obtener ciertos resultados, o acercarnos hacia algún tipo de meta espiritual, o política, o de cualquier otro tipo.

No estoy hablando, por supuesto, de la perfección técnica parcial, o matemática, propia del Objeto, como ya se comentó más arriba, sino de una perfección vital holística, total, universal, espiritual en suma. Quiero decir, por ejemplo, que una operación matemática, una multiplicación, pongamos por caso, puede estar perfectamente realizada, sin que ello tenga mayor relevancia para el tema que nos ocupa.

Habría que añadir algo más. No sólo sería «bueno» el objetivo vital planteado sino también habría que añadir «y toda etapa intermedia, o toda decisión intermedia que nos acerque al objetivo vital-final». Es decir, valoramos el Bien, o la perfección, sobre el subsistema formado por el buscador y sus pulsos energético-decisorios en un instante, o un intervalo determinado, si bien sabemos que serían imperfectos respecto de la Perfección absoluta ideal.


Niveles de perfección relativa

Tenemos pues, dos niveles de relativismo respecto a la noción absoluta de Perfección. La perfección absoluta no es objetivable ni manejable, ni tiene un valor práctico. Debemos descender un primer nivel y trabajar con la estimación relativa que el sujeto Xi hace de la noción de perfección.

Pero, más exactamente, la estimación relativa que el sujeto Xi hace de la perfección el instante ti. Se hace necesario introducir la variable temporal porque, evidentemente, la noción de lo Bueno y lo Perfecto de cada interesado varía en el tiempo.

Aún así, todavía resulta conveniente descender otro nivel, al contexto de las decisiones prácticas cotidianas, al contexto de los pulsos magnéticos cotidianos emitidos en el presente actual, como señalábamos más arriba. Nos encontramos en el escenario donde un sujeto decisor debe elegir entre varias opciones de actuación, de pensamiento, de vibración interna. Se sobreentiende que el decisor busca la perfección, proyectada hacia el futuro. Pero en el presente, la perfección, el bien, se materializa en la elección de una entre varias alternativas, entre la mejor o la menos mala. O, si se prefiere, en la emisión, en cada momento, del pulso electromagnético de mejor calidad posible. Un pulso imperfecto, en términos absolutos, pero perfecto desde el punto de vista de las potencialidades del emisor.

Naturalmente, no podemos saber a ciencia cierta si la opción elegida por el decisor le va a acercar a su ideal de perfección, o si tendrá resultados imprevistos. Debemos contentarnos con describir que el decisor valora y elige una opción cuya calidad en relación con su ideal de perfección puede calibrarse a posteriori. Entramos con ello en la contradicción entre medios y fines. ¿Puede un Fin perfecto alcanzarse por medios imperfectos?

El tema se complica, si consideramos que el ideal de perfección del individuo cambia con el tiempo. De modo que las decisiones que toma hoy, en consonancia con su ideal de perfección de hoy, ya no están en consonancia con su ideal de perfección de mañana.

Entonces, la perfección vendría referida a un campo vibratorio que se genera a partir de subcampos, de subdecisiones, o de pulsos electromagnéticos, tal y como los veníamos llamando. Pero, aun algo más: lo Bueno, lo Perfecto, no se refiere a un elemento o configuración estática. Sería más bien un compendio de Energía y Forma. Una Energía, una Fuerza, que nos impulsa a dar Forma a nuestro ideal de perfección. De modo que serían «buenas» aquellas fuerzas que nos impulsan, nos ayudan en este sentido.

Más evidente, si cabe, con el lenguaje moderno: consagramos nuestra vida a generar un campo vibratorio de determinada cualidad, o calidad, lo cual realizamos a través de pulsos electromagnéticos, que no son otra cosa que compendios de energía dinámica, que van construyendo un sistema de líneas de fuerza asociadas a una forma.

Y por supuesto, el ideal de perfección no es fijo, como comentábamos antes. Cada pulso electromagnético modifica nuestro nivel de conciencia, con lo que, eventualmente, nuestra visión interior del objetivo final, tambien puede quedar modificado. Cada decisión que tomamos en aras de nuestro objetivo vital, cambia nuestra perspectiva del objetivo con lo que, eventualmente, toda nuestra estrategia se redefine. (ver cap. de «la sagrada conciencia profana»)

Otro nivel, cabe considerar, es el relacionado con la perfección de la obra concreta realizada. Como señalábamos más arriba, un problema algebraico puede resolverse a la perfección sin que ello implique la perfección del actor ni del resto de circunstancias que la rodean. En el mismo sentido se usa la expresión «crimen perfecto» sin que ello implique la perfección espiritual del autor del crimen.

Uff, un poco lioso ¿No?

Resumiendo, entonces, que tenemos sobre la mesa una noción de perfección absoluta que no es describible ni operativa.

De modo que, debemos entender, si llega el caso, que el hablante, cuando habla de «perfección» se refiere a su propia estimación de lo que pueda ser la perfección absoluta.

Aún así debemos considerar que cuando el hablante habla de perfección absoluta se refiere a su propia estimación de la perfección en el momento del discurso. Y que probablemente cambie con el paso del tiempo.

Finalmente, separar la perfección de los medios de la perfección de los fines.

A ver si el próximo capítulo se van aclarando términos.

******

Y, bueno, después de estas reflexiones sobre los instintos básicos, la búsqueda de la perfección, el Bien, etc. nos tocaría investigar los diferentes modelos, los más corrientes, de búsqueda de la perfección, los diferentes tipos de respuesta a los instintos básicos, y especialmente los grupales. A partir de aquí tocará valorar el modelo de respuesta Rosicruciana (o de no-respuesta, me da igual) y si se diferencia esencialmente de otros modelos.

Lo dejaremos para el próximo capítulo.


Capítulos relacionados

Me temo que me estoy repitiendo lo ya dicho en capítulos previos, o dando nueva vuelta de tuerca a conceptos básicos como el sentido de la vida, el bien y el mal, la perfección etc. Por ejemplo:

  • Las primeras meditaciones, encaminadas a elucidar el tono vital adecuado.
  • La sagrada conciencia profana, donde se describía el proceso de realimentación entre las decisiones tomadas, el ambiente exterior y el nivel de conciencia
  • La ciencia de las decisiones: ya ni me acuerdo, pero iba sobre el tema en cuestion.
  • Hermann Hesse II (Abraxas, dios del Bien y del Mal, el suicidio,etc)
  • La expulsión del paraíso
  • Mescalina, reflexiones sobre el Absurdo existencial de la vida que es elevado a la categoría de cossa mágica y sagrada.
  • OM (comentarios al discurso sobre la perfección de Siddartha, de Herman Hesse)
  • El mejor de los mundos posibles (comentarios al discurso de metafísica de Leibnitz)
  • Upanishads
  • Maxwell I, se comenta la terminología electromagnética aplicada al discurso espiritual, y su caracter metafórico.
  • La saga de «la meta«, al principio de todo, versaba sobre las metas en la vida
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Acerca de Isar

Investigador de todo...
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