El sentido de la Vida III: adaptación y evolución Natural

Placer, supervivencia y evolución. Dolor como estrategia evolutiva. Miedo como dolor transmutado. Conservación del individuo y de la especie. El sentido de la propia importancia. Selección del más fuerte. Naturaleza reptiliana: poder, riqueza, conocimiento, prestigio. Ego y Filosofía gnóstica. Alchimia gnostica. Nueva conciencia.

Recapitulando

Hemos visto cómo la búsqueda del sentido de la vida nos convierte en «buscadores». Una búsqueda que asume la imperfección de nuestra vida actual y la expectativa de una vida «perfecta». O, si no perfecta, al menos una vida mejor, más buena o menos mala. Una vida mejor según un patrón de perfección que puede actuar de un modo más o menos consciente. El modo consciente se refiere a que ya sabemos, creemos saber, los elementos concretos que faltan en nuestras vidas. El inconsciente se refiere a un instinto que nos inquieta, nos empuja de aquí para allí sin saber exactamente lo que queremos.

A nivel consciente buscamos el placer, comodidad y seguridad, y evitamos el dolor en sus diversas formas. Primero en el plano puramente físico. Luego, en el plano mental y emocional, evitando miedos, inseguridades y fobias referidos a la eventual pérdida de nuestro status placentero. Aparece el conocimiento de las leyes que rigen el vaivén de fuerzas y circunstancias que nos llevan al placer y dolor, bienestar y malestar. Y aparece el concepto de «Poder», Poder para actuar sobre el mundo, sobre las fuerzas y circunstancias que nos llevarán al objetivo final: al placer, comodidad, seguridad… y asociado a nuestra capacidad de decidir.

Aparecen las estrategias de actuación: medios encaminados a fines. Y la «Voluntad», como disposición a sacrificar el placer y comodidad actual en vistas de un placer y comodidad futuros de mayor «calidad».

El ecosistema en que se desenvuelve nuestra búsqueda es esencialmente un ecosistema humano. Vivimos, condicionados por las fuerzas de la naturaleza, el reino vegetal y animal, sí. Pero una buena parte de nuestros placeres y dolores, miedos e inseguridades, estrategias de poder y acumulación de recursos, van condicionados a la relación con nuestros semejantes, nuestros próximos, nuestras estructuras sociales.

Aquí  veíamos dos tendencias fundamentales: atracción-repulsión, amor-odio, agregación disgregacion… que conformaban una estructuración básica de la sociedad en grupos enfrentados. Grupos cohesionados internamente por las fuerzas de atracción, del amor, solidaridad, lealtad… pero enfrentados entre sí en interminable lucha fraticida.

En este capítulo intentaré profundizar un poco en el papel de la evolución natural en la aparición de la conciencia humana, tal y como la estamos enfocando: conciencia del Bien y del Mal, de la imperfección, del placer y dolor, y el propio sentido de la importancia en el grupo social.

Placer, supervivencia y evolución

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En el pasado capítulo veíamos el placer y el  dolor, y sus derivados, como realidades experimentadas directamente por la conciencia, desde dentro, en la vida cotidiana. Pero son fruto de reacciones neurofisiológicas que van apareciendo en el contexto de la supervivencia del individuo y de la conservación y evolución de la especie. Casi parece que cada elemento tenga su función en promover la supervivencia del individuo o conservación de la especie.

El dolor como estrategia adaptativa

Digamos que el individuo viene envuelto en un subsistema de líneas de fuerza que le empujan a conservar su vida y la de su especie. El dolor y el placer aparecen como parte integrante de este subsistema, al igual que algunos instintos y deseos básicos. Casi podríamos decir que el dolor, el malestar, la incomodidad, estimulan el deseo de cambiar la situación que nos provoca dolor, pero que al mismo tiempo, se trata de una situación que pone en peligro nuestra supervivencia o la de la especie. De modo que, finalmente, el dolor ayuda a promover la propia supervivencia y/o la de la especie.

Por ejemplo, una enfermedad, o una herida. El frío o el calor duelen, incomodan… pero, más allá de ello, resultan una amenaza para la vida.

El miedo como resultado del dolor

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Al mismo tiempo la experiencia dolorosa se graba en memoria y su recuerdo puede continuar doliendo a nivel psíquico. Dolor psíquico en forma de inseguridad o miedo de que la experiencia vuelva a reproducirse. A nivel general, sabemos que existe el dolor, lo cual nos provoca un miedo, también general, a que el dolor aparezca de nuevo. A nivel concreto, es el miedo de que se reproduzca una experiencia similar a la recordada. Pongamos que nos ha mordido un perro, un Pitbull, por ejemplo; entonces cogemos miedo a los pitbulls, pero por extensión a todos los perros. Y por una extensión más genérica a todos los animales. El miedo no es exactamente dolor, pero se le parece mucho, cercanamente unidos como decíamos. Digamos que, al menos, es incómodo, molesto. Y pone en marcha las estrategias conscientes para evitarlo. Aparte, algunos miedos generales vienen implementados «de fábrica», genéticamente asumidos en el transcurso de la evolución.

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Esperanza y placer

Con el placer pasa otro tanto. La experiencia placentera congela, tiende a congelar, los deseos de cambio. No sé si sería muy apropiado hablar de «deseo» de mantener la experiencia, quizá, más bien, diría que la experiencia placentera viene empañada por el miedo, la inseguridad, de que torne en dolorosa.

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Pensar en la experiencia física placentera tambien puede producir placer…

La experiencia placentera también se graba en memoria. Su recuerdo también resulta en un tipo de placer, placer transmutado, llamémosle, en forma de esperanza, confianza en que, una vez perdida, la experiencia placentera retornará, ayudada si hiciese falta por la estrategia racional apropiada.

Conservación del individuo

Pero, a lo que íbamos: que la aparición de estos placeres y dolores, miedos y esperanzas, no son casuales y tienden, en principio, a promover la supervivencia del individuo y de la especie. Resultan dolorosas las experiencias que ponen en peligro la supervivencia y placenteras las que la refuerzan. Pensemos, a título individual, en el placer de comer, beber, descansar, frente al dolor de una herida, enfermedad, hambre, sed etc. Todo ésto en líneas generales, por supuesto, que la naturaleza, aún siendo sabia dista de ser perfecta, puede tener errores e incongruencias.

Conservación de la especie

Pensemos, a título colectivo, de conservación y reproducción de la especie, el placer

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del sexo. Pensemos en el placer de la compañía, la comunicación… pues la integración en el grupo, en la manada, garantiza la supervivencia, tanto del individuo como del grupo.

Pensemos en el instinto maternal, el altruismo, el dolor por la pérdida de seres queridos…  puede entenderse que se trata de un dolor que nos lleva a cuidar de nuestros próximos, también porque nuestra propia supervivencia depende de ellos, tanto más cuanto más cercanos seamos… y que, finalmente, todo ello resulta en promover la conservación de la especie.

El Sentido de la importancia

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Pensemos ahora en el placer de la propia importancia dentro del grupo social de referencia, o en el dolor de la marginación, el repudio, la crítica… Puede entenderse igualmente que se refieren a la propia conservación, pues, el individuo necesita del grupo para subsistir. En las primitivas comunidades la segregación del grupo equivalía a una muerte segura. (En las actuales tambien, pero la dependencia es menos directa, más impersonal, o menos psicosocial. Podemos sobrevivir tranquilamente, aislados de la sociedad, con una pensión de viudedad, y viendo el mundo a través de la televisión, en teoría al menos ). En cualquier caso, más o menos directamente, de nuevo tenemos un dolor que tambien refuerza la subsistencia del grupo. Pues en la medida en que valoramos nuestra propia importancia dentro del grupo nos vemos obligados a valorar al grupo mismo…

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Soñar con la propia importancia, otra fuente de placer psíquico

Líneas de fuerza centrífugas y centrípetas

Claro que aquí tenemos un arma de doble filo. Nuestro instinto maternal que nos impulsa a darlo todo por nuestros hijos (línea centrípeta, cohesionadora) nos impulsa también a quitárselo todo a los hijos de los demás, (línea centrífuga, disgregadora). El deseo de la propia importancia puede empujarnos a intentar agradar al grupo a fin de obtener reconocimiento. Pero, igualmente, si la estrategia no funciona, puede llevarnos a agredir a aquellos miembros del grupo que cuestionen nuestra propia importancia, nuestro «honor», o generar escisiones dentro del mismo.

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Dispuestos a morir por defender el sentido de la propia importancia

En este punto se desarrollan toda una serie de sentimientos no muy políticamente correctos: egoísmo, competencia, envidia, celos, odio… más o menos solapados. En principio atentan contra la estabilidad del grupo matriz, generando escisiones y grupos enfrentados, lo que lleva a preguntarnos cuál puede ser su función adaptativa de cara al individuo o a la especie. Quizá la segregación y multiplicación de grupos, imitando un modelo clásico natural: el grupo (organismo) va creciendo, creciendo, hasta llegar a un punto en que eclosiona en dos o tres o varios grupos distintos. Cada nuevo grupo conserva su cohesión interna, pero pelean entre sí.

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Esquema del proceso de reproducción/división celular. Nótese la semejanza con el grupo social que se subdivide por efecto de tensiones internas.

Selección natural del más fuerte

De la lucha y la competencia se produce selección natural del «más fuerte», del grupo más fuerte que, también, a igualdad del resto de variables, es el más numeroso, cohesionado y organizando. Podemos subrayar que la competencia entre individuos promueve la selección del más fuerte. Pero el elemento «más fuerte» no es el individual, no siempre, sino el colectivo. La competencia es entre grupos y subgrupos.

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La competencia entre individuales es solo una pequeña parte y quizá no la más relevante. Sobreviven mejor los individuos más fuertes sí… siempre y cuando consigan abrirse paso en la estructura del grupo más fuerte.

Evolución de las especies

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En resumen, que nuestra humana conciencia surge en un contexto de evolución de la VIDA, de los diferentes reinos mineral, vegetal, animal. Esta conciencia puede analizarse desde múltiples enfoques, con diferentes criterios.

Aquí la estamos enfocando, principalmente, en el sentido de un individuo consciente de sí y consciente del Bien y del Mal. De lo más Bueno y lo menos Malo. Del instinto de que la vida no es perfecta y es necesario buscar un camino de perfección.  Y que se traduce en la toma de decisiones, en la fabricación de pensamientos y emociones, en la emisión de pulsos electromagnéticos, dicho en lenguaje moderno. Se traduce en el conocimiento de las leyes del mundo y la acumulación de recursos utilizables en estrategias de búsqueda .

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Pero el subsistema humano no emerge a título individual, sino en constante interrelación con sus próximos que, en sociedades organizadas, pasa a ser el factor determinante de su entorno. En las sociedades modernas el individuo ya no debe abrirse paso entre las fieras y las inclemencias naturales, la mayor parte del tiempo al menos. Debe abrirse paso entre las complejas estructuras y redes de interacción social, en el seno de las cuales sufrirá experiencias placenteras o dolorosas, aprenderá las leyes o sistemas de creencias  sobre el Bien y el Mal, y acumulará riqueza, poder, fama y recursos… la propia sociedad provee de sus instituciones peculiares de acumulación de recursos, conocimientos y asimilación de creencias, pongamos, por ejemplo, los bancos, las escuelas, universidades, iglesias, sistemas jurídicos etc.

Limitaciones del Modelo Evolutivo

Suele decirse que la Naturaleza es sabia pero no perfecta. El modelo de explicación del dolor y placer como argucias evolutivas puede tener sus fisuras y conviene manejarlo con cuidado. El dolor asociado a una herida sólo es útil si sirve para evitar una nueva  situación hiriente, o enfermante. O si nos obliga al reposo y cuidados necesarios para su curación. A partir de ahí se hace innecesario o contraproducente. El miedo a sufrir una nueva herida puede tener su utilidad, pero también puede llegar a ser patológico, degenerar en fobias irracionales y, finalmente, volverse contraproducente para la supervivencia.

Ya hemos hablado, en esta misma línea, del placer inmediato que debe ser sacrificado en aras de un placer futuro de mayor calidad, integrado en estrategia racional de medios encaminados a fines. La racionalidad humana se encarga de corregir constantemente las deficiencias de los impulsos naturales básicos en forma de construcciones culturales.

Además, estas estrategias adaptativas se han ido formando a lo largo de muchos miles de años de supervivencia de la especie humana en ecosistemas naturales y pierden gran parte de su sentido en las civilizaciones modernas. O, mejor dicho, más que perderlo, lo que hacen es esconderlo, o transformarlo, siendo necesario un esfuerzo extra para descifrarlo.

La naturaleza reptiliana 😉

Riqueza, Poder, Fama y Conocimiento

Una vez cubiertas necesidades y comodidades básicas emerge, como comentábamos, el sentido de la propia importancia. Por supuesto, también en el seno de una sociedad, cuanto más numerosa mejor. El sentido de la propia importancia se apoya igualmente en el poder, la riqueza, la fama y el conocimiento, nociones fuertemente psíquicas y subjetivas, y se desarrollan especialmente en el seno de las sociedades modernas. Pensemos que en una aldea o una isla de 20 o 40 habitantes las posibilidades de ascender en la pirámide de poder, o en el glamour de la fama son más bien escasas. Incluso la acumulación de riqueza, obtenida generalmente por la expoliación, más o menos legalizada, de nuestros vecinos se ve muy limitada. Sin embargo, en las sociedades modernas, el sentido de la propia importancia se desarrolla sin problemas, bajo múltiples parámetros.

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«¿Me admiras mucho, verdaderamente?

El placer relacionado con la «propia importancia», el deseo de importancia, podemos situarlo igualmente en el contexto de la supervivencia dentro del grupo, dentro de la manada. Se trata del deseo de ascender a posiciones de poder que permitan una mayor tajada en el reparto de la caza, o de los recursos comunitarios. (Nótese que, en principio, se trata de una importancia relativa. Lo que cuenta es ser el jefe de la manada, o sus lugartenientes, no los atributos objetivos de poder. Lo que cuenta no es el grado objetivo de fuerza y destreza, lo que cuenta, a la hora de repartir el botín es superar a los otros. La posición relativa en la jerarquía, en suma)

Energía psíquica asociada al sentido de importancia

Lo imposible para los hombres, es posible para Dios.

Una vez llegados a ciertos niveles, y con las necesidades básicas cubiertas, la necesidad biológica de recursos para la supervivencia se transmuta en un tipo de energía psíquica peculiar, difícil de definir. Cubiertas las necesidades básicas se persigue el Poder por el Poder en sí, no como recurso de supervivencia. La riqueza se persigue como riqueza en sí, no porque sea un recurso para obtener alimentos, vestido o refugio. La riqueza y el poder alimentan ciertas líneas de fuerza psíquicas en la conciencia del humano implicado. Un pobre necesita un nivel básico de dinero para alimentarse. Un rico no; al menos no para alimentarse físicamente. En todo caso para alimentar ciertas configuraciones de energía psíquica. Nótese que este tipo de psiquismo se alimenta de la creencia en la consistencia de sus indicadores, como puede ser un conjunto de dígitos en el ordenador de un banco, o un conjunto de títulos amparado por un sistema legislativo.

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Pero el banco puede haber quebrado sin que el interesado sea consciente de ello, y sus líneas psíquicas de fuerza no se ven alteradas hasta que se derrumbe el sistema de creencias. De hecho, el sistema bancario subsiste precisamente gracias a que los buenos titulares de cuentas bancarias no tienen intención de materializarlo en bienes concretos, si llegase el caso el sistema colapsaría.

Tres cuartos de lo mismo ocurre con el conocimiento y la fama. Superados ciertos niveles pierden su función para supervivencia y comienzan a alimentar ciertas configuraciones energéticas, cierto sentido de la propia importancia, de la propia superioridad frente a los próximos. El conocimiento, hoy en día, puede extenderse casi hasta el infinito, pensemos en los miles y miles de libros, toneladas de literatura y tratados diversos; pensemos en  las numerosas especialidades universitarias, grados, másteres, especializaciones, harían falta cientos de vidas para asimilarlos todos medianamente. La fama, igualmente, con los modernos medios telemáticos, podemos llegar a todos los rincones del mundo, hacernos oír y admirar con millones de seguidores en las redes sociales. Nada que ver con la necesidad de ser reconocidos y aceptados por el grupo psicosocial de referencia.

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Nótese que los parámetros señalados: riqueza, fama, poder y conocimiento son los atributos clásicos de la divinidad. Y que, en cierto modo, el mortal que se esfuerza en adquirirlos, de una manera u otra, se esfuerza en igualarse a Dios, en poder, conocimiento, riqueza y gloria. Claro que una cosa es fusionarse con la divinidad, hacerse Uno con Dios, y otra cosa diferente es fabricar un duplicado, pues el duplicado siempre va a entrar en competencia con su modelo de referencia. Nos lleva a la leyenda clásica de Satanás, el ángel caído que quiso igualarse a Dios.

Pero, ¿dónde está el pecado en querer ser igual a Dios? Si Dios es el Bien, donde está el pecado en querer ser  Dios?  ¿No decía Jesucristo aquello de «ser perfectos así como vuestro padre es perfecto? (Mateo 5:38) ¿No decía igualmente aquello de  «para que todos sean uno; como tú, ¡oh Padre!, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros» (juan 17:21)

La clave estaría en la aniquilación del principio reptiliano 😉 que impide la unión con Dios, la unión directa con el campo vibratorio gnóstico, y que, en su lugar, promueve la imitación, la duplicación por imitación.

Ego y Filosofía Gnóstica

Todo este conjunto de líneas de fuerza que conforman y mantienen el «sentido de la propia importancia» conforman igualmente los cimientos del Ego. Al menos tal es el sentido que le voy a dar aquí. Es, en parte, un deseo. También un estado de conciencia, una clave vibratoria de orientación terrestre. Como decíamos, apoyada sobre el Poder, la Fama, la Riqueza y Conocimiento, pero no ya en el sentido natural de supervivencia sino que orientado al mantenimiento de una estructura energética de carácter peculiar.

El Ego, o el Yo, es un concepto nuclear en Filosofía Gnóstica. El adversario a controlar, el plomo a transmutar,  raíz del satanismo terrestre. Algunos enfoques gnósticos como el Catarismo o la RosaCruz moderna hablan de la muerte del Yo. Quizá sea un planteamiento demasiado metafórico, demasiado radical, aunque también es cierto que el Ego siempre termina camuflándose en cualquier recoveco y aprovechándose de la más mínima concesión. La muerte, en realidad, no existe más que como transmutación. Y la transmutación alquímica del Plomo terrestre en Oro Solar describe bien, para nuestros propósitos, el núcleo del trabajo Gnóstico. De todas formas, incluso aunque adoptemos la expresión «muerte del Yo», aunque nuestro Ego especule con su propia «muerte», aunque se vanaglorie de utilizar la expresión «muerte del yo» como grito de guerra, para autoafirmarse y abrirse paso en medio de la jungla espiritual-esotérica… tampoco queda garantizado por ésto el correcto desenvolvimiento del proceso alquímico. De lo que se trata es de buscar, y realizar, la unión con Dios a través de la muerte del yo, o del principio de separación. El camino alternativo es la imitación, como decía en el párrafo previo, o la duplicación.

Al Ego, a su aspecto energético, se le conoce también en la mitología gnóstica, creo recordar,  como «fuego de la serpiente», o cabeza de la serpiente, principio de naturaleza reptiliana que deba ser aplastada para dejar paso al campo energético Gnóstico-Solar.

«El abandono de la personalidad natural por una personalidad consciente totalmente distinta, es destrucción y reconstrucción, es la decadencia y elevación hacia lo nuevo, es el sacrificio entero del hombre-yo para el nacimiento del alma inmortal y el restablecimiento de la personalidad celeste» (Anónimo, «El camino de la rosacruz en nuestra época».)

En el párrafo citado, de la literatura rosicruciana, se aprecia que el autor habla de cambiar una personalidad por otra. Casi es como decir que cambiamos un ego por otro. Pero se intuye una cierta continuidad, un elemento que subyace en el trasfondo de la transmutación, de modo que, la «muerte» del yo, en el fondo no deja de ser una transmutación.

Alkimia Gnóstica

Supongo que más adelante tocará darle más vueltas a este proceso alquímico. De momento, digamos que al Ego se le desenmascara por autoindagación. No se trata de enfadarse ni pelearse contra él. Se trata más bien de conocerlo, de «verlo». Cuando «vemos» los movimientos del Ego, entonces lo mantenemos a raya, lo convertimos en objeto. O, más bien, digamos que, cuando lo vemos, lo tenemos focalizado en nuestro laboratorio alquímico, iniciando, aunque sea muy  modestamente, el proceso de transmutación. Esto requiere un estado de atención, cada vez más constante y más afinado, más despierto. El centro de gravedad de la conciencia debe desplazarse ligeramente, de manera que todos los movimientos y argucias del ego puedan contemplarse desde una buena perspectiva. Luego, por eliminación, lo que no cuelga del Ego es, en palabras de JvR, «un vacío donde el principio divino puede germina

Todo ello va a necesitar de una buena dosis de paciencia y sentido del humor a lo largo de muchos años. Toda una vida, quizá, o más de una.

«Usted debe abandonar todos los poderes de su Yo; debe romper con todos los lazos de la dialéctica e imponer el silencio a su campo de actividad. [..] La autoafirmación y las codicias  han de ser neutralizadas en este mundo; debe renunciar a cualquier deseo egocéntrico y controlar su propia actitud ante la vida. Con seriedad corregirá esta actitud diariamente.  (Jan van Rijckenborgh, Introducción nº 5)
«Dicha neutralización solo se podrá llevar a cabo de manera inteligente mediante una auto-observación neutral y consciente. Usted deberá percibir en cada segundo, hasta qué punto su voluntad y deseos le encadenan al plano horizontal. Solamente el conocimiento del yo permite evitar las trampas de sus tendencias reprimidas  y de sus intentos experimentales de dominio del yo» (Rijckenborgh, Introducción nº 5)

Nueva conciencia 

De modo que, hablemos o no de «muerte» del Yo, podemos decir que la conciencia es transmutada. Un elemento muere y otro renace, pero manteniendo, por algún lado, la aparente continuidad.

Tenemos, en resumen, una evolución de las especies (o macroevolución)   que desarrolla un tipo peculiar de conciencia en los seres humanos, articulada sobre el placer y el dolor, el conocimiento del bien y el mal, la acumulación de poder y estrategias de actuación etc… tal y como planteábamos previamente.

Luego tenemos una microevolución en la biografía particular de cada individuo. Con el juego del placer y el dolor, las experiencias vitales, las estrategias de poder, amor y odio, conocimiento, etc… en un momento dado se inicia la transmutación de la conciencia hacia el campo vibratorio Gnóstico-Solar. Bueno, en realidad no tenemos «un momento dado», el proceso es gradual y difícilmente podremos marcar el día D, hora H, en que el proceso comienza, (al igual que todos los procesos evolutivos, por otra parte). Pero, en cualquier caso, en la biografía personal, y a título subjetivo, siempre podemos señalar episodios concretos en los cuales el proceso parece afianzarse, o el interesado parece tomar conciencia de lo que ocurre.

Pero, estamos adelantando acontecimientos.

Vamos a ver: veníamos diciendo que la búsqueda de la perfección nos empujaba en el sentido de alcanzar un mayor nivel de placer, comodidad y seguridad.   En el sentido de hacer acopio de recursos, riqueza, poder, conocimiento, aliados… En un momento dado el Poder deja de ser un medio para alcanzar bienestar y se convierte en un fin en sí mismo. La propia conciencia del Poder, la Riqueza, la Fama, se convierte en placentera en sí misma, y desarrolla un patrón psicoenergético peculiar, y una avidez por alcanzar una cada vez mayor cota de poder, riqueza y gloria, que no puede derivar en otra cosa que en guerras y expoliaciones constantes.

En este contexto planteábamos el camino gnóstico  como un abandono de la lucha por el Poder y sus aspectos relacionados, tornándolo hacia la búsqueda  del placer y la seguridad otorgadas por el campo vibratorio gnóstico. Bien sea que el interesado experimenta directamente la actividad energética del campo gnóstico, bien sea que la lucha por el poder deja de resultarle atractiva, por los motivos que sean, o intuye desde su fuero interno que hay otros caminos.

Llegados aquí, todavía nos queda mucho temario por abordar en relación con los diferentes aspectos de la filosofía gnóstica.

Pero, todavía, también quedan por investigar previamente todas las otras posibles ofertas, de tipo espiritual o humanitario, que quizá pudieran ofrecerse como alternativas a la lucha fraticida por el Poder y el protagonismo en la esfera social. Queda por investigar si la filosofía gnóstica y rosicruciana es esencialmente diferente de otras filosofías o movimientos espirituales, incluso político-humanitarios. Y, porqué no, también queda por investigar si la filosofía rosicruciana, si las escuelas gnósticas establecidas, son en realidad tan ajenas a la lucha por el poder como pudiera esperarse.

El capítulo próximo intentaré seguir con el hilo de los diferentes enfoques grupales a través de los cuales se pretende orientar el sentido de la vida y, si fuera posible, contrastándolo y comparándolo con el enfoque gnóstico-rosicruciano.

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Acerca de Isar

Investigador de todo...
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