ALPDM (IV, buena conducta)

Discernimiento y carencia de deseos

El problema de la conducta, de «la buena conducta», ya venía planteado en los capítulos previos del texto.

Por el Discernimiento nos encontrábamos con que el mundo fenoménico es ilusorio, y por tanto cualquier conducta en este mundo debería pertenecer igualmente al campo de fuerza ilusorio. De modo que, en principio, no procedería hablar de «buena conducta». Al menos no resulta evidente en absoluto como debe de entenderse.

Por la Carencia de Deseos nos encontrábamos con que, si seguimos el citado camino de extirpar todos los deseos, si llegamos a un punto en que no deseamos nada… pues tampoco podemos desear ningún tipo de conducta, ni buena ni mala. No podemos desear hacer algo, ni hacerlo ni no-hacerlo.

Aclarando conceptos: lo Real, lo fenoménico y lo ilusorio

Esto nos llevaba a un callejón sin salida, al menos intuimos que no puede ser exactamente así.

El propio texto se saca de la manga algunos modelos de «buena conducta» lo cual entra en contradicción con el planteamiento que el mismo texto hace en relación con el carácter ilusorio del mundo y la «carencia de deseos».
Hay algunas ideas que no están muy claras y conviene darle un par de vueltas antes de seguir adelante.

Vamos a ver: estamos identificando lo ilusorio con lo fenoménico, tal como sugería el texto desde el principio.

Y estamos entendiendo lo ilusorio-fenoménico como opuesto a lo Real. Opuesto e independiente, como si lo Real y lo fenoménico estuviesen separados en departamentos estancos.

Hay ciertas tradiciones, o interpretaciones espirituales, que refuerzan este punto de vista. Que, por ejemplo, sitúan lo Real en el «interior» del buscador. Es así que se habla del «Dios interno», o la «Voz interior» o de «dirigir la mirada hacia el interior». Se plantea el mundo sensorial, fenoménico, como algo pecaminoso en sí mismo, como si tuviésemos que cerrar los ojos al mundo o retirarnos a meditar a una cueva cuanto más oscura y profunda mejor. Pues si tu ojo te hiciere pecar… (Mateo: 18:9 y 5:29)

El modelo de interpenetración

Sin embargo, la relación de lo fenoménico con lo Real, quizá no deba entenderse en este sentido de separación estricta. Podríamos describir esta relación como de interpenetración. Como que ambos campos vibratorios se interpenetran.

Así, una conciencia humana sumida en la ilusión fenoménica, supongamos por ejemplo, que va despertando a lo Real. Pero no por ello el mundo fenoménico desaparece, ni se obscurece. Al contrario brilla con una nueva luz. Vibra con una nueva frecuencia, con un nuevo patrón vibratorio si se me permite la redundancia. Las líneas de fuerza que interconectan lo «interior» con lo «exterior» se van transmutando según un nuevo patrón vibratorio. Digamos que se manifiesta el principio Real que se oculta en el interior de la manifestación exterior, si se me permite el juego de palabras.

Pensemos que el primer concepto ilusorio a considerar es el Espacio euclídeo, que no existe nada realmente «ahí afuera», sino sólo como reflexión de nuestros sentidos.

Ahora bien, si no existe el Espacio entonces tampoco existe realmente lo exterior ni por tanto tampoco lo interior. De modo que ni lo Real ni lo ilusorio se encuentran ni «dentro» ni «fuera», ni pueden encontrarse en «lugares» distintos. Quizá podríamos describirlos mejor, como decíamos, como campos vibratorios que se interpenetran ante la conciencia del buscador. O, si se prefiere, podríamos decir que la conciencia del buscador está formada esencialmente por estos dos campos vibratorios interpenetrados.

La interpenetración en la tradición filosófica y espiritual

Tenemos también interpretaciones y tradiciones que apuntan en este sentido. Por ejemplo, cuando se dice que «Dios está en todas partes». O «más cerca que los pies y las manos» . O que «Dios está en Todo y Todo está en Dios».

Pensemos ahora en el buscador que experimenta un atisbo de lo Real mientras contempla una puesta de sol, o el cielo estrellado, o el movimiento de las olas del mar… de modo que pareciera, como decía, que el principio Real se oculta igualmente tras la trama fenómenica.

En cualquier caso, tenemos que la manifestación de lo Real se relaciona directamente con una conducta en el plano ilusorio, que es a donde queremos llegar.

Las cosas no serán tan fáciles para el pobre buscador que, al día siguiente, volverá al mismo lugar y a la misma hora, a experimentar la misma puesta de sol, y con ello la misma iluminación… pero, nada, algo falla, alguna pieza falta en el puzzle…

Aquí, lo importante es que, con este modelo, el buscador no se queda de brazos cruzados. Sabe que los ansiados atisbos de lo Real se encuentran escondidos en cualquier rincón del sistema vibratorio en que se desenvuelve y que pueden ser desvelados a través de una acertada conducta.

Y, por supuesto, tenemos al discípulo que experimenta su iluminación escuchando al Maestro, un Maestro que no es otra cosa que un «elemento exterior», según el lenguaje clásico newtoniano. Un maestro al cual se accede, entre otros, desplazándose a lo largo del espacio-tiempo, desplazándose el día D, a la hora H, al número tal de la calle cual, donde el maestro K. impartirá su charla.

Tres cuartos de lo mismo para el buscador que encuentra la luz en la lectura de los textos sagrados.

También tenemos el enfoque inverso: si constatamos que una determinada línea de fuerza fenómenica bloquea nuestro contacto con el campo Real, entonces nos veremos obligados a protegernos de ella… a través de una adecuada conducta en el mismo plano fenoménico. No sé, pensemos en cualquier tipo de adversidad que nos interrumpe cuando estamos meditando plácidamente sobre los misterios de lo divino y lo humano: temperaturas extremas, frío o calor, un ataque de una fiera, un disgusto, las notas de nuestro hijo o una caída en picado de la bolsa.

Lo sensorial: entre lo ilusorio y lo real

De modo que, en resumidas cuentas, lo que tendríamos serían dos campos vibratorios que se interpenetran entre sí.

– el campo de fuerza Real

– el campo de fuerza ilusorio

Pero ahora vamos a dejar de identificar biunívocamente lo fenómenico, o lo sensorial, con lo ilusorio.

Lo ilusorio lo vamos a asociar a un campo vibratorio, un ritmo vibratorio peculiar que a su vez puede ir asociado a lo sensorial.

Pero, igualmente, lo Real, lo asociamos a un campo vibratorio peculiar, que también puede ir asociado a lo sensorial.

O dicho de otra manera, que lo sensorial puede manifestar ambas claves vibratorias.

Pensemos, como decía antes, que la onda expansiva del campo de fuerza Real alcanza a los órganos sensoriales, a través de los cuales tiene lugar la experiencia sensorial fenoménica. De modo que la cualidad «sensorial» en sí no nos dice nada acerca del carácter ilusorio de un evento.

Toda una lástima, porque a todos nos gustan las recetas fáciles. Y nada más fácil que identificar lo sensorial con lo ilusorio, y lo desechable. Pero, con este otro modelo, lo que toca es discernir cuáles de las experiencias sensoriales vienen vivificadas por el campo Real, o cuáles por lo ilusorio, o en qué proporción, para lo cual no disponemos de recetas fáciles.

Pero, al menos, disponemos de un marco conceptual básico a través del cual investigar la cuestión de «la buena conducta».

La Voluntad Creadora como subsistema autónomo

Nos vemos obligados a postular un principio autónomo coexistente con los dos campos de fuerza: una «voluntad creadora», local, o parcial, que es capaz de actuar sobre el fenoménico y modular el ritmo vibratorio de ambos campos de fuerza.

Digamos que sea capaz de emitir «pulsos vibratorios» que, según su cualidad o calidad, influirán en el ritmo vibratorio global, acercándola, o sintonizándola, bien al campo Real, bien al campo ilusorio.

Pero, ¿Porqué hablar de «Voluntad» y no de «Deseo»? ¿Cuál es la diferencia? ¿No podemos hablar de un «Deseo Creador»? ¿Merece la pena introducir un nuevo término?

La verdad es que no sé porqué me ha venido a la cabeza esta nueva palabreja. Parece que suena más elegante, como que la voluntad se encarga de cosas más «serias». Pero, de momento, creo que podemos considerarlas como sinónimos. O quizá la voluntad como un subtipo de deseo.

Sí, es cierto, se dice que la voluntad se opone al deseo. Pero también podríamos decir que un Deseo se opone a otro deseo. El deseo se conjuga con el verbo «desear», la voluntad con el «querer». Pero, a fin de cuentas, es casi lo mismo. «Yo quiero un coche nuevo» o «yo deseo un coche nuevo». La voluntad parece ir revestida de una mayor autoridad: «yo deseo un coche nuevo, pero quiero ahorrar». También podría decir: «deseo un coche pero deseo ahorrar» o «quiero un coche nuevo pero quiero ahorrar». «Quiero dejar de fumar» o «quiero vencer el deseo de fumar», pero también, «deseo dejar de fumar», o «deseo vencer el deseo de fumar» 🤔🤔

La voluntad parece que tiene una vocación más a largo plazo, como implicada en una estrategia de medios con arreglo a fines. En el ejemplo del tabaco, el objetivo a largo plazo es la salud, el deseo a corto plazo es el fumar…

Se habla también de la «fuerza de voluntad», como quien quiere dejar de fumar pero no tiene voluntad suficiente. También se puede decir que el deseo de fumar pone constantemente en jaque al deseo de no fumar.

En fin, que la diferencia no la veo muy clara. De momento los plantearé casi como sinónimos, o subtipos de un mismo concepto, ya le daremos una vuelta en otro momento.

No es cuestión baladí, a mis años, ¡Cofff Cofff Cofff! y todavía sin tener claros estos conceptos básicos.

El Yo como «Todo»

Y, bueno, ¿dónde situamos al «buscador», o al Yo del buscador?

Por un lado, podemos decir que el Yo lo es Todo, o sea, el conjunto de los dos campos de fuerza interpenetrándose, o el conjunto de toda la experiencia existencial del buscador.

Pero con el mismo criterio podemos afirmar que, puesto que el Yo lo es Todo, nos sobra el concepto, y lo mismo nos da decir que el Yo no es Nada.

Me aclaro un poco con éso de que el Yo lo es Todo. Con «Todo» me refiero a la experiencia existencial del sujeto, incluida la percepción sensorial directa. Por supuesto, podemos suponer que tras la percepción fenoménica se oculta una realidad que existe independientemente de dicha percepción. Esa realidad desconocida no formaría parte de ese Todo, ni de ese Yo (aunque sí las imágenes o suposiciones que podamos hacernos al respecto). Por tanto se trata de un Todo subjetivo y relativo al «sistema de coordenadas» del sujeto alrededor del cual gira este Todo.

El Yo como «Parte»

Otra opción que tenemos es la de considerar al Yo como una Parte, un microcosmos o un subsistema vibratorio autónomo, interpenetrándose igualmente de los citados campos de fuerza, Real e ilusorio. Entonces tendríamos tres conceptos principales:

– el campo de fuerza Real, o campo vibratorio Real

– el campo de fuerza ilusorio

– el Yo, como un subsistema autónomo e interrelacionado con los campos de fuerza citados.

Pero para considerar la existencia de un subsistema autónomo debemos definir sus características diferenciales; o sea, aquellos parámetros que le son propios y que le distinguen del resto de los sistemas con los que se relaciona.

El Yo y la Voluntad creadora

En nuestro caso, el parámetro clave iba a ser la «Voluntad creadora», el principio autónomo citado más arriba. La capacidad de modular autónomamente la cualidad vibratoria de los campos de fuerza puestos en juego.
Entonces, digamos que, en general, el mundo fenoménico aparece sin la intervención del buscador, como si fuese fruto de un mecanismo, o una «Voluntad» ajena, o externa, y que en su mayor parte escapa al control del yo.

Igualmente, las caricias que podemos recibir del Campo de Fuerza Real resultan caprichosas y, en cualquier caso, vienen y van, igualmente como movidos por una Voluntad o mecanismos externos.

Pero también atribuimos al buscador una voluntad propia, una capacidad de decidir y de actuar sobre el mundo fenoménico, de modo limitado, por supuesto. Una capacidad de pensar, de sentir y, en suma, de generar patrones vibratorios propios, o generar pulsos vibratorios autónomos que, uno tras otro, generan un campo de fuerza propio con todo el derecho a recibir un status de autonomía en toda regla.

Libre albedrío

Todo ello viene relacionado con lo que comúnmente se denomina como libre albedrío. A partir de este libre albedrío el buscador tomaría decisiones propias, emitiría pulsos vibratorios propios y conformaría un campo de fuerza propio. Un campo de fuerza particular que, en general, presentará una estructura vibratoria intermedia entre el campo Real y el ilusorio. Digamos que recibe una influencia, o una inducción de cada uno de los campos y por el Poder de su voluntad se arrima a uno o a otro.

O, dicho en terminología clásica: el Buscador tiene un ángel en el hombro derecho y un diablo en el izquierdo. Ambos le susurran al oído para que se arrime hacia el Bien o hacia el Mal, pero finalmente, el buscador, con el poder de su voluntad y de su libre albedrío, decide autónomamente el camino a seguir.

Es el planteamiento clásico de que el ser humano, o la humanidad en su conjunto, es el campo de batalla donde se enfrentan el Bien y el Mal

En fin, que seguimos dando largos rodeos para volver a los planteamientos espirituales más elementales.

Determinismo, libre albedrío y subsistema autónomo

Se puede cuestionar si realmente existe el controvertido libre albedrío, la libre voluntad para inclinarse hacia el Bien o hacia el Mal, o si quizá, realmente, todos nuestros deseos, todas nuestras inclinaciones, todas nuestras decisiones, en suma, nos vienen condicionadas, determinadas, o predestinadas, por energías externas, inconscientes, o por una Voluntad divina, y que, finalmente, todo éso del libre albedrío no sea más que una ilusión.

Es un debate interesante sobre el que habrá que volver de nuevo.

En cualquier caso, aquí lo que nos interesa es carácter autónomo de la voluntad creadora, más que el hecho de si es realmente libre o no.

Quiero decir que, por ejemplo, la expresión «yo muevo un dedo» se refiere a un evento esencialmente diferente al referenciado por la expresión «tu mueves un dedo«, o «él mueve un dedo«. La línea de fuerza que actúa para realizar el «yo muevo un dedo» es esencialmente diferente a la que actúa en el resto de los casos (desde el punto de vista del origen de coordenadas del subjetivo Sujeto, me refiero).

Entonces es perfectamente legítimo suponer la existencia de un Yo, de una voluntad local, de un subsistema autónomo que produce estas actuaciones. Incluso aunque luego se demuestre que, en el transfondo de todo, finalmente, la decisión no es libre, ni aleatoria, sino que está dirigida en última instancia por fuerzas externas, por una Voluntad externa.

Mis decisiones son «mías» y son esencialmente diferentes a las decisiones que toma Otro. Digo que son esencialmente diferentes, precisamente por eso, porque parten de un subsistema de «coordenadas» diferente. Igualmente, mis pulsos vibratorios son «míos» y son esencialmente diferentes de los pulsos emitidos por un tercero, o por cualquier otra entidad del cosmos. Incluso aunque se demuestre, como decía, que en última instancia, el pulso viene generado, determinado o predestinado por una fuente exterior.

Si mi voluntad creadora parcial es, a su vez, la creación de otra Voluntad Creadora de orden superior entonces la parcial creación final, en cierto sentido, no es mía sino de la Voluntad Creadora de rango superior. Pero, en cualquier caso, la creación ha tenido lugar en un subsistema particular y diferenciado.

O, dicho de otra manera, la creación (léase también actividad o conducta) que la Voluntad de nivel superior crea a través de mi voluntad, de nivel inferior, es esencialmente diferente que la creación creada, por esa misma Voluntad superior, a través de la voluntad de otras entidades decisorias, a través de otros subsistemas decisorios. Las líneas de fuerza son esencialmente diferentes y por tanto resulta apropiado, y necesario, describirlas a partir de estructuras conceptuales diferentes. Y resulta apropiado, por tanto, postular la existencia de un Yo, de una voluntad parcial, como subsistema diferenciado.

Filosofía conductual

Entonces, resumiendo, que el buscador, a través de su actividad física, mental y emocional va modelando la calidad del sistema vibratorio en el cual se desenvuelve y del cual forma parte.

Lo importante ahora es que hemos salvado la contradicción que nos impedía filosofar sobre una «buena conducta», una buena actuación (actuación creativa, por cierto) sobre el mundo fenoménico.

Suponemos entonces que, a través de nuestra conducta, podemos influir sobre la calidad del sistema vibratorio, vivificando bien sea el principio Real o bien sea el principio ilusorio.

Podemos suponer, que para que la semilla de lo Real pueda germinar, para que el campo de fuerza Real pueda vivificarse en el subsistema subjetivo, quizá sean necesarias ciertas condiciones, cierto recogimiento, cierta tranquilidad que la vorágine cotidiana no favorece demasiado. Pongamos por ejemplo que nos encontremos en mitad de una batalla, de una reyerta. O en condiciones extremas de mucho frío, o mucho calor, o tumbado sobre una cama de clavos. O quizá perdidos, de noche en la selva sintiéndonos acechados por las fieras.

Todo esto es igualmente tenido en cuenta por numerosas escuelas espirituales que predican ciertas normas de conducta, ciertas prohibiciones planteadas sobre la fenómenica vida cotidiana. Pongamos por ejemplo normas sobre cómo y cuánto hay que comer, o beber, o a que sitios de energía espiritual acudir, templos, iglesias o puntos geográficos animados por energías telúricas, y un sinfín de recomendaciones conductuales.

El retiro ascético

Si del campo fenómenico surgen numerosas líneas de fuerza que inciden en la conciencia del buscador e interfieren con la manifestación del campo Real, entonces no es de extrañar que algunas escuelas planteen el retiro a un monasterio, o a una cueva del Himalaya.

Pensemos, por ejemplo, en las cuevas iniciáticas de los albigenses.

Se trata de un retiro coyuntural, o provisional, hasta que el principio Real esté lo suficientemente desarrollado como para no dejarse perturbar por ciertas líneas de fuerza ilusorias.

En cierta manera podemos compararlo al fumador que intenta librarse de la adicción. En un principio deberá retirarse a lugares tranquilos, lejos de otros fumadores y lejos de lugares donde se fuma y deberá evitar situaciones que le predispongan la recaída. Con el tiempo, y a medida que va venciendo al vicio puede ir volviendo a la vida normal, incluso dejarse invitar a una comilona festiva o trabajar en una discoteca o en un estanco.
Igualmente, el buscador, zarandeado por las líneas de fuerza ilusorias, activas en su cotidiana vida fenoménica, puede necesitar un retiro, a una cueva, a un monasterio, una iglesia, o simplemente apañarse en su propio dormitorio, o en los lugares tranquilos que le ofrece su vida cotidiana.

Una vez fortalecido, o según se va fortaleciendo, se vuelve más impermeable frente a las líneas de fuerza ilusorias, y puede comenzar a vislumbrar y transmutar sin peligros el principio Real que se oculta tras la experiencia fenoménica.

Pero estas consideraciones nos llevan a una nueva contradicción.

Riqueza y Poder

Y es que habíamos catalogado la riqueza y el poder como altamente tóxicas. Parecía una verdad indudable… La pobreza, la mansedumbre, el pacifismo…

Pero ahora hemos visto que las líneas de fuerza ilusorias pueden bloquear o interferir nuestra conexión con lo Real. Y estas líneas de fuerza se manejan desde su propio campo ilusorio, desde el propio mundo fenoménico. Se necesita riqueza y poder para poder vivir, para poder vivir con la suficiente tranquilidad y seguridad, que nos permita refugiarnos en un lugar tranquilo, sin pasar hambre ni sed, ni frío ni calor, con buenos guardaespaldas que nos protejan del ataque de nuestros enemigos, con buenos policías que protejan nuestra propiedad privada, ejércitos que protejan nuestras fronteras y expolien lejanas tierras para nuestra propia comodidad y bienestar… y meditación y recogimiento y estudio de ciencia y filosofía espiritual.
Pero en esas lejanas tierras expoliadas, posiblemente habiten también buenos buscadores que también necesitan riqueza y poder para procurarse escenarios de tranquilidad y recogimiento espiritual. Y también necesitan buenos ejércitos para defender sus fronteras y expoliar otras tierras.

Entonces, ¿veremos a los buenos buscadores luchando entre sí? ¿ Luchando por la defensa de sus propiedades, de sus fronteras, por la riqueza y el poder que les permita recorrer plácidamente el camino liberador?

La nueva contradicción está servida y no parece de fácil resolución.

Por otra parte nos lleva al primer capítulo del Bhagavad Gita, donde Arjuna, situado en pleno campo de batalla, se da cuenta de que sus queridos parientes también están situados al otro lado de la barricada. Habrá que volver aquí, de nuevo, más adelante.

Tal contradicción no es ajena a todo tipo de escuelas, sectas e iglesias que, por un lado, predican la pobreza y el desapego de los bienes mundanos y transitorios. Pero por otro lado se ven obligadas a una constante lucha por la riqueza y el poder, precisamente para mantenerse en este mundo ilusorio, y poder seguir predicando, y manteniendo sus costosos templos, centros de conferencias y editoriales.

El tradicional sistema de castas de nuestra querida India se basaba igualmente en este principio. Y que no es exclusivo de la antigua India, de una forma u otra lo vemos reflejado a nivel mundial. O sea, que para que una privilegiada casta de brahamanes pueda dedicarse plácidamente a la ciencia y camino espiritual, es necesaria también una casta productora y trabajadora, esclava si se prefiere, que les alimente y les provea de los bienes necesarios. Y es necesaria una casta político-militar que mantenga el orden y otorgue protección a los brahmanes, por si acaso a alguien se le ocurre cuestionar el reparto de funciones.

Para salir de la contradicción nos vemos obligados a postular que la riqueza y poder no son ilusorios ni tóxicos en sí mismos sino que deben existir modelos de riqueza y poder armónicos con el campo de fuerza Real. Digamos que debe ser posible establecer con la riqueza y el poder un tipo de relación liberadora.

Este planteamiento es congruente con el de más arriba. Habíamos dicho que lo Real y lo ilusorio no habitan en departamentos estancos sino que se interpenetran. Lo propio ocurrirá también con la riqueza y el poder, como expresiones fenómenicas. Ahora nos toca decir que las líneas de fuerza que unen al buscador con la riqueza y el poder no deben romperse definitivamente sino que deben ser transmutadas hacia un tono vibratorio diferente.

Volviendo al texto

Bueno, después de estas reflexiones previas sobre la «conducta» vamos mejor pertrechados para enfocar el siguiente capítulo del texto.

Tenemos varios apartados:

– Dominio de la mente

– Dominio de la acción

– Tolerancia

– Alegría

– Aspiración única

– Confianza

La verdad es que a primera vista no parece que tengan mucho que ver con la conducta, propiamente dicha, excepto la segunda, sobre la acción. Pero en fin, veamos que sale de todo ello.

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Acerca de Isar

Investigador de todo...
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