» [debéis sentir una] perfecta tolerancia hacia todos y un sincero interés por las creencias de los que profesan otras religiones, tanto como por la que profesáis. Porque la religión de los otros es un sendero que conduce a lo más elevado, lo mismo que la vuestra«
Sed bondadosos, amables, tolerantes con todos los hombres sin distinción, sean budistas, indios, jaimas o judíos, cristianos o musulmanes.
Ahora que vuestros ojos están abiertos quizá os parezcan absurdas algunas de vuestras antiguas creencias y ceremonias, tal vez lo sean en realidad. Pero aunque ya no toméis parte en ellas respetadlas por consideración a aquellas buenas almas para quienes todavía tienen importancia. Ellas tienen su lugar y su utilidad, como la falsilla le sirve a un niño para escribir derecho, hasta que aprende a escribir mejor y con mayor igualdad sin ella»
***
Tolerancia física y psíquica
La tolerancia, así como otras formas de «amor al prójimo», siempre me parecieron bellas e inamovibles reglas de oro, auténtico rumbo a seguir. Especialmente cuando la consideramos a nivel puramente psíquico.
Yo ponía en práctica, en la vida cotidiana, una buena tolerancia y respeto ante mis convecinos, especialmente ante aquellos colectivos más marginales, y más dañados psíquicamente, con quienes mantenía un nexo especial.
La perfecta tolerancia no podía limitarse a una compasión burguesa, ni al establecimiento de una relación jerárquica entre el tolerante y el tolerado. Se hacía necesario colocar el nivel vibratorio al mismo nivel, elevándole a la categoría de «igual», o de «colega», aunque ello implicase paradójicamente sufrir la intolerancia de terceros.
Pero no podía dejar de percibir que estas reglas de oro no eran perfectas, hacían agujeros por algunas esquinas.
Pues, ¿hasta qué punto debemos ser tolerantes frente a la mala conducta de nuestros vecinos, y especialmente cuando consideramos el nivel físico? Bueno, habrá casos y casos. Para pequeños deslices de conducta quizá pensemos que no es asunto nuestro.
Pero, ¿Seremos tolerantes con un criminal que ante nuestras propias narices se dedica a robar, asesinar, torturar y violar a nuestros amigos y familiares?
Porque, si lo hacemos, en cierto modo, nos volvemos cómplices.
Cierto que el texto que estamos considerando se está refiriendo a creencias religiosas y ceremoniales.
Y cierto también que muchos crímenes se cometen en nombre de creencias religiosas, y que muchos ceremoniales religiosos van aderezados con sacrificios humanos (y la quema de herejes, pongamos por caso) por no hablar de las «guerras santas» o de religión.
De modo que, aunque intuimos que la propuesta de tolerancia encierra una gran verdad, conviene investigarla con cuidado, no sea que nos pillemos los dedos.
Y es que, ante todo, la tolerancia, como las diversas formas del amor, parece que debe practicarse, principalmente, en el plano psíquico y subjetivo, reservándonos el derecho de intervenir en el plano material para corregir las conductas desviadas, siempre que esté a nuestro alcance.
Derecho al libre pensamiento y a la libre expresión
Creo que es de Spinoza la proclama del «derecho a pensar libremente y a decir lo que se piensa». Pero quedando excluido el derecho de actuar libremente.
Claro, mi libre pensamiento es perfectamente compatible con el libre pensamiento de los demás. Y mi libertad de expresión es perfectamente compatible con la libertad de expresión de los demás.
No ocurre lo mismo con la actuación, en el plano físico, donde chocan intereses contrapuestos, mi libertad de acción choca contra la libre acción de mis vecinos.
Entonces, pareciera que podríamos postular el principio de tolerar y respetar el libre pensamiento y la libre expresión, reservándonos el derecho de cuestionar, criticar y, si fuese necesario, reprimir, la conducta inapropiada.
Una libertad de expresión que puede extenderse del lenguaje verbal a ciertos comportamientos. El lenguaje no-verbal, por ejemplo. O la forma de vestir, ciertos hábitos, ciertas ceremonias… Siempre que se queden en eso: formas de expresión.
La represión de la conducta desviada, por su parte, se limitaría exclusivamente al plano físico, idealmente sin una implicación emocional contraria a la subjetividad del sujeto reprimido.
La proclama de Spinoza data ya del S. XVI. Pero por alguna razón, la libertad de expresión se resiste a formar parte integrante de nuestras sociedades modernas.
Palabras letales
Suele decirse que la palabra mata más que la espada, no sin razón, y es que con la sola palabra, con el sólo derecho a nuestra libre expresión, nuestra libre crítica, podemos arruinarle la vida a más de uno. Pensemos por ejemplo, en los modernos casos de acoso, o bullying, escolar o profesional… O la libre exposición al público de información personal, íntima y comprometedora de nuestros vecinos, tal y como viene siendo habitual en las redes sociales.
De modo que motivos no faltan para cuestionar, o al menos matizar el principio espinoziano.
Crítica e intolerancia
Claro que también podemos pensar en criminales de distintos tipos, pederastas por ejemplo a quienes podemos denunciar, igualmente con nuestra sola palabra.
Por cierto, que Leadbeater, el supuesto autor o coautor de este texto sufrió en sus carnes acusaciones de pederastia, no es de extrañar, por tanto, que se preocupe de señalar los nocivos efectos de la intolerancia, la crítica y la maledicencia.
Pero, ¿realmente debemos practicar la tolerancia con un pederasta, especialmente cuando está encargado de la educación espiritual de nuestros hijos? ¿Debemos abstenernos de criticar a cualquier tipo de criminales?
La crítica, más o menos destructiva, también es una forma de intolerancia. Pero, ¿No habrá que ser tolerante, igualmente, con los críticos?
¿No habrá que ser tolerante con los intolerantes? Porque en caso contrario nos convertimos en aquello que queríamos cuestionar.
Entonces ¿como salimos del laberinto?
Recetas de buena conducta
De modo que, como viene siendo habitual en esta investigación, la «buena conducta» se resiste a ser codificada en una simple receta. La tolerancia, como una de las patas del Amor apuntaría más bien hacia un modelo vibratorio, no necesariamente en correspondencia con una conducta material.
En cualquier caso, intentemos ir un poco más hasta el fondo del asunto.
El malo, el feo y el tonto
Podemos subdividir las personas, o las conductas criticables, en malas, feas y torpes, o estúpidas.
Entonces, la tolerancia puede entenderse, en un primer momento, que deba ser aplicable preferentemente, frente al tonto y frente al feo. Sin embargo, frente al «malo», podríamos reservarnos todo nuestro potencial crítico.
Bueno, puede ser. Las personas «malas» atentan directamente contra nuestros intereses o nuestra integridad física, y estamos en nuestro derecho a defendernos, a experimentar impulsos instintivos de rechazo, y a comunicar a nuestros amigos el malévolo potencial de la conducta ajena, siempre con el fin de protegerles.
Debilidad mental
Las personas «tontas», o débiles, y «feas» también pueden provocar en nuestro interior reacciones instintivas de rechazo, burla y marginación. Pero en este caso el motivo de la reacción no resulta tan evidente. Al menos no atentan directamente contra nuestra integridad ni contra nuestras estrategias particulares.
Quizá provenga de estrategias adaptativas de la especie, de marginar y expulsar a los débiles de la comunidad, con el fin de evitar su procreación y la trasmisión hereditaria de tal debilidad.
La intolerancia se manifiesta aquí sobre la base de cualidades objetivas, normalmente de tipo mental. La discapacidad física, en general, es bastante bien tolerada en la sociedad moderna y la discriminación abierta contra estas personas parece más bien cosa del pasado, o de niños, o personas de deficiente nivel cultural.
Más evidente resulta la intolerancia frente a ciertas deficiencias psíquicas, incluso las más sutiles y las que no supongan factores objetivos de inadaptación.
Belleza y fealdad
La marginación de los feos quizá tenga un origen similar. Aunque no sean débiles, en el sentido literal de la palabra, la fealdad puede entenderse como un indicio de algún rasgo diferente, y sospechoso de portar algún tipo de debilidad o de mutación. Una mutación que puede ser degenerativa, pero también podría ser evolutiva o neutra.
Pongamos por caso el modelo de «el patito feo», dónde la percepción subjetiva de la fealdad se refiere a los rasgos propios de otra especie.
La fealdad se entiende aquí, por supuesto, como algo más que la simple apariencia física. Pongamos ciertos tics nerviosos, maneras de andar, de moverse, de reírse… Y, sobre todo, la forma de hablar, y conversar, de simpatizar o sintonizar con el próximo. Las «malas vibraciones» quizá también podríamos meterlas en este apartado estético.
Entonces, por alguna razón, las personas que muestran ciertas características de este tipo sufren la intolerancia y rechazo del entorno, aún siendo inofensivas y perfectamente competentes, de por sí, en cualquier ámbito de la vida, excepto precisamente en los ámbitos donde se requiere cierta belleza de aspecto, de simpatía o don de gentes.
Inferioridad espiritual
En la misma línea tenemos otro criterio de intolerancia basado en criterios subjetivos, no sabría muy bien como denominarlo…
Se trata de un criterio basado en una hipotética superioridad/inferioridad de tipo espiritual, intelectual, filosófico o ideológico, o cosmogónico.
No se trata exactamente de fealdad o discapacidad, aunque tiene en común con la primera su aspecto subjetivo, y con la segunda una atribuida debilidad o incapacidad mental peculiar.
En este sentido discriminamos a nuestros vecinos por su forma de «ver la vida», pensamientos filosóficos, espirituales, políticos, cosmogonía y similares.
Es cierto que una idea política o religiosa puede ser precursora de un comportamiento agresivo y contrario a nuestros intereses vitales. Sin embargo el rechazo no se produce en este contexto. El rechazo se basa en un sentido de superioridad, de hombría quizá (hombría en el sentido de hombre maduro y evolucionado) de que tales ideas políticas y religiosas son fruto de algún tipo de déficit intelectual, o evolutivo, aunque realmente, en la vida práctica, no supongan una merma de sus aptitudes. Al contrario, desde el punto de vista profesional, o político, o militar, pueden ser extraordinariamente competentes, pero quedan subjetivamente descalificados en base a este principio.
Yo diría que este sentido de superioridad/inferioridad es netamente espiritual aunque se da en otros contextos de tipo político e ideológico. Digamos que apelan al sentido de «lo sagrado», que no siempre se expresa con apariencia religiosa. Como el sentimiento de superioridad que expresa el ateo frente al creyente, el comunista frente al capitalista, y similares.
***
Interesante cuestionamiento de la comprensión de lo que pueda significar, en el buen sentido, tolerancia. Cada vez, me doy cuenta que internándonos en un concepto-palabra, como tolerancia, si profundizamos, vamos a parar a los demás. Quiero decir, no podemos entender, quizá, eso, que puede ser bueno llamar tolerancia, y que puede que sea buena cosa, sin entender o comprender los demás conceptos-palabras. Es decir, el discernir tiene que afectar a toda la red semántica, por así decir, y, si es real discernimiento, conllevar realización. Me enrollo. Quería decir simplemente, que para comprender tolerancia, debemos al mismo tiempo, comprender qué es verdadera inteligencia. Si tratamos de ser lo que no somos, por ejemplo, tolerantes, no somos ni inteligentes ni tolerantes. Porque tolerancia no es más que una palabra, sin verdadera inteligencia, afecto, sabiduría, etc. Por ejemplo, a veces, no debemos tratar de ser aliados o simpatizantes del feminismo, por ejemplo, sino vernos en acción y en pensamiento, ver si somos injustos, más o menos machistas, comprender por qué y, si lo comprendemos, quizá ya hemos hecho algo por nosotros y nosotras.
Paralelamente, no tratar de ser tolerantes, sino observar en nuestros conflictos si hay intolerancia, comprender por qué y quizá, si se discierne más profundamente, podamos dejar de ser intolerantes, sin volvernos, por ello, cómplices de otros.
No sé si sirve de algo lo dicho. Gracias.
Afectuosos saludos
Sí, gracias.
Cuando me pongo a darle vueltas a cualquier concepto un poco abstracto, termino con la sensación de no entender nada, de ni haberlo entendido nunca , y de haberlo usado de un modo un tanto inconsciente. Y bueno, creo que es así, las redes conceptuales se asimilan inconscientemente desde la infancia, y de usan igualmente de manera un tanto inconsciente.
En cuanto al bien y el mal, y cualquier aspecto de la vida que tengamos catalogado como «bueno» o «malo», cualquier regla de oro, cuando analizas, desmenuzas y agitas bien los conceptos…
terminan escurriéndose de entre los dedos.
Supongo que se debe a que cada palabra, cada texto, solo se entiende en su contexto. O dicho de otra manera, cada palabra, especialmente las abstractas, son como comodines, que adoptan significados distintos en función del contexto. Del contexto del que habla y del que escucha, que no siempre coinciden.
Por otra parte el «Bien» que intuimos parece esconderse más allá del pensamiento, más allá del concepto. Parece tratarse más bien de un campo vibratorio. Un campo vibratorio, campo de fuerza, o campo magnético, que se convierte precisamente en el «contexto» de los discursos éticos o espirituales.
Por eso el «copiar y pegar» no siempre es válido en el discurso espiritual, se trataría más bien de entender y asimilar y luego adaptarlo al contexto del receptor.
Por eso quizá, muchos discursos espirituales elaborados en diferentes épocas pueden resultarnos contradictorios.
Claro que, como los contextos siempre son similares, o guardan aspectos similares, pues el discurso copypasteado siempre guarda un sentido relevante.
Saludos