Y vamos con el último capítulo del texto, dedicado al «Amor».
Podríamos comenzar definiendo el Amor en términos modernos, científicos, energéticos o vibratorios.
Claro que, puesto que hay muchos tipos de energías y de campos vibratorios (el propio odio puede definirse en esos mismos términos), quizá no avanzaríamos mucho.
A ver qué dice la literatura tradicional.
El Amor en la Biblia
La referencia espiritual clásica sobre el amor es el mandato evangélico:
(Mateo 22:30)
«Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.»
De todo lo cual se derivan tres tipos, o aspectos, del amor:
– amor a Dios
– amor al prójimo
– amor a uno mismo, o al sí mismo.
Y quizá cabría añadir el «amor a los enemigos», si es que entendemos que el amor al prójimo-amigo es de naturaleza diferente que el amor al prójimo-enemigo.
Mateo 5:43
« Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;«
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El amor en la vida profana
En la vida cotidiana y profana, nos manejamos igualmente con varios tipos de «amor».
– amor sexual o enamoramiento (heterosexual u homosexual)
– amor a la familia, entre padres, hijos, hermanos etc.
– amor a los amigos.
De aquí surgen otras formas mixtas o intermedias del amor:
– el amor maduro entre cónyuges, como forma intermedia entre el sexual y el familiar.
– relaciones incestuosas, igualmente como cruce intermedio entre el amor sexual y el familiar.
– atracción sexual sin amor ni enamoramiento, con todas sus variantes, no muy ortodoxas algunas, como puedan ser la violación, sadomasoquismo, prostitución, zoofilia, etc.
– la amistad heterosexual, pensemos por ejemplo, dónde empieza y dónde acaba el amor «platónico» o el «solo amigos», si se basa en una simple abstinencia de relaciones sexuales o si tenemos algún continuum entre cualquier tipo de atracción intersexos.
– Y, por analogía, la amistad homosexual: podemos plantearnos hasta qué punto el sentimiento de «amistad» entre homosexuales, (o de homosexual hacia heterosexual, en cualquier caso) es diferente del sentimiento sexual o un simple continuum.
Homosexualidad y Cristianismo
La cosa tiene su importancia cuando consideramos la gran cantidad de homosexuales que engrosan las filas de organizaciones religiosas (pongamos como ejemplo la iglesia católica, de moda últimamente), y cuando consideramos cuál pueda ser su reacción al mandato evangélico de «amor al prójimo».
El evangelio promueve por un lado el amor al prójimo, pero prohíbe el amor sexual por otro. Las mujeres son planteadas así como objeto de pecado y de perdición, lo cual conlleva implícita una distinción entre amor sexual y amor no-sexual, o «amor cristiano», que se plantea, se puede plantear como amor entre hombres y amor cristiano entre hombres y mujeres.
Hasta que aparece en escena el amor homosexual, entre hombres (y el análogo entre mujeres) que pudiera generar cierta ambigüedad en lo que se refiere a su interpretación cristiana.
Es de suponer que la gran afluencia de homosexuales en las iglesias cristianas se debe al establecimiento de una analogía entre el mandato evangélico de amor al prójimo y la atracción homosexual por el mismo prójimo.
Igualmente cabe esperar una analogía entre el desinterés homosexual por las mujeres y los valores espirituales del celibato y la castidad, y la consideración de la mujer como fuente de pecado y perdición.
Metafísica del Amor
Bueno, ya tenemos sobre la mesa todo un abanico conceptual relacionado con el «amor». A ver ahora qué hacemos con todo ello.
Lo primero que tenemos es una estrecha relación entre las nociones de «amor», «placer», «atracción», «cercanía» y «unión».
Por medio del amor, el amante atrae hacia sí el objeto amado. La atracción acorta las distancias con el objeto atraído, y la cercanía es una forma de unión que origina placer. Dos objetos se unen cuando están juntos.
El placer de la unión es la expresión subjetiva de la fuerza que mantiene a ambos objetos unidos.
Esto se muestra así en toda su intensidad en el amor sexual, pero tiene igualmente su paralelo en otras formas de Amor, y de deseo.
Amor cómo propiedad humana
Tenemos, entonces, una relación entre un sujeto que ama y un objeto que es amado. Ambos han de ser entidades humanas, o humanoides, aunque en ocasiones se hable de amor hacia otros tipos de objeto.
Pongamos por ejemplo el amor a los animales, a la Naturaleza, o a otras cuestiones de tipo más abstracto como el amor a la Ciencia, a la Verdad, a la Justicia… (que, por otra parte, no dejan de ser creaciones humanas).
Entonces, el sujeto amante, ha de ser, esencialmente, un sujeto humano, y el objeto un objeto humano, con las salvedades señaladas.
Salvedades muy probablemente de corte metafórico.
El amor a los animales se entiende en la medida que nos referimos a sus cualidades humanas, o en tanto que son próximos al género humano.
El amor al Arte, o a la Ciencia tambien se entiende en la medida en que son creaciones humanas, y propiamente humanas.
Reciprocidad
El objeto-amado, por tanto, es susceptible de convertirse en sujeto-amante, de modo recíproco: el sujeto amante es a su vez amado por el objeto que, con el cambio de coordenadas, se convierten, objeto en sujeto y sujeto en objeto.
Claro que la reciprocidad no es perfecta: el amor de A hacia B nunca va a ser igual que el de B hacia A.
Especialmente en condiciones asimétricas como entre padres e hijos por ejemplo. Y en general todo el «amor no correspondido»
En el caso del amor a los animales no procede hablar de reciprocidad, si bien también tenemos diferentes tipos de animales, desde el mamífero al insecto.
Finalmente tenemos el «amor a Dios»: supuestamente sí sería recíproco y asimétrico, aunque todo depende de la concepción de Dios que estemos manejando. Bien sea un dios antropomórfico, o una energía impersonal.
Conocimiento del objeto amado
El objeto amado puede ser un objeto concreto, conocido, como cuando hablamos del prójimo. Bueno, es cuestionable, hasta que punto «conocemos» a nuestro prójimo. Pero, en fin, lo dejamos ahí. Al menos si no lo conocemos sabemos a qué se refiere, o por donde tirar.
El objeto de nuestro amor puede ser un objeto desconocido como cuando hablamos del «amor a Dios». «amor a la verdad», amor al conocimiento, la sabiduría y similares.
Pero, ¿Cómo podemos amar a algo que no conocemos, que no sabemos lo que es, o que ni siquiera sabemos a ciencia cierta si existe?
Al menos, parece, poco tiene que ver el amor al objeto conocido con el amor al objeto desconocido. Como mucho podemos suponer que, quizá, se está utilizando, de nuevo, la clave metafórica.
Y, finalmente, tenemos el amor a «uno mismo».
Pero, el uno mismo, el yo-mismo… ¿se trata de un objeto conocido o un objeto desconocido?
O mejor, antes que nada ¿ se trata de un objeto o de un sujeto?
El amor a uno mismo, en clave reflexiva, va estrechamente unido al «conócete a ti mismo», otro mandamiento clásico en la literatura espiritual.
Entonces, lo que tenemos son tres tipos de «amor», unidos entre sí por un hilo conductor:
– El amor al prójimo se refiere a un objeto visible, o perceptible. Un objeto cuya percepción, cuya cercanía, nos genera placer, un objeto cuya ausencia nos genera el deseo de atraerlo.
– El amor a Dios se refiere a un objeto no perceptible, lo cual nos lleva a una contradicción. Ya no podemos decir que su percepción nos procure placer, por eso mismo, porque no es perceptible. (A no ser que hablemos de algún aspecto de Dios que irrumpa en nuestra conciencia. Algún tipo de vibración o radiación espiritual que podemos percibir directamente en nuestra conciencia por medios no sensoriales).
– el amor a uno mismo nos lleva directamente al conocimiento de uno mismo, y al problema de los límites entre el yo y el no-yo, (y si es que hay algo que realmente no está en mí).
Entonces, digamos que, el amor a Dios, es el amor a lo desconocido. En principio es una línea de fuerza que actúa de modo inconsciente, que nos empuja a descubrir Aquello que desconocemos y Aquello que intuimos que falta en nuestras vidas.
El Amor a Dios pasa pues por el amor a uno mismo. Al sí-mismo, o al yo mismo. Pero el amor al sí-mismo es también amor al conocimiento de sí-mismo. Es el amor a un peculiar proceso de transmutación a través del cual se desvela el aspecto desconocido de lo conocido.
Hacia el Amor Real
Estamos dando vueltas a la contradicción señalada al principio: el amor, ¿Se refiere a un objeto conocido o a un objeto desconocido?
De entrada parecía, que debía referirse a un objeto conocido. Pero también parecía que implicaba algo más.
Implica conocimiento del objeto. Implica absorción del objeto. Implica algún tipo de transformación del objeto, o de la línea de fuerza que une sujeto con objeto.
O también, dicho otro modo, implica transformación de la apariencia del objeto hasta llegar a su esencia…
Ahora bien, en tal caso, el verdadero objeto del amor no es la apariencia sino la esencia. Pero la apariencia es el aspecto conocido mientras que la esencia permanece oculta. Con lo cual llegábamos a la paradójica conclusión de que el verdadero objeto del Amor no es un objeto conocido sino desconocido.
Y, de nuevo, ¿Como es éso de de amar algo que no sabemos lo que es?
De entrada lo que tenemos es impulso, fuerza dinámica. Es investigación y búsqueda. Es atracción y placer, un placer cuya intensidad aumenta a medida que nos acercamos al corazón del objeto. Es unificación.
Cuando Amamos ponemos en juego una energía dinámica, un sistema de líneas de fuerza. Unas líneas de fuerza inicial que actúan sobre un objeto particular que es atraído, investigado, desvelado, al tiempo que libera múltiples interconexiones con otros objetos que son igualmente atraídos, investigados, desvelados, conocidos… hasta formar parte íntegra del sujeto.
La tendencia final es unificadora. La union del amante sujeto con el amado objeto. El conocimiento total y absoluto del objeto es la eliminación de la dualidad.
Amor y Deseo
Ahora bien, entonces a ver dónde metemos el amor parcial. A ver cómo lo relacionamos con el deseo y el placer.
Porque parece que exista un hilo conductor entre el Amor real, amor parcial, llamémosle mayávico, y el deseo.
En anteriores capítulos ya ha salido está relación entre el universo mayávico y el Real, como una relación metafórica, evolutiva o educativa:
El deseo mayávico de un objeto parcial sirve como modelo metafórico del Amor Real. La comprensión del significado del deseo mayávico evoluciona hacia la comprensión del Amor Real, y de ahí a su realización.
De ahí también que a veces se cruzan y confunden los términos como cuando hablamos del «deseo» de unirnos a Dios, o el «deseo» de recorrer el camino de liberación.
Inversamente también hablamos de «amor» para referirnos a objetos mayávicos.
El deseo se refiere a un objeto conocido, a través del cual experimentaremos un placer también conocido. Pongamos el deseo de una chocolatina.
Podemos decir que, inicialmente, el objeto está «fuera».
Por el deseo lo atraemos. Por la atracción nos unimos a él. Por la unión se libera placer. Finalmente desaparece la dualidad.
En este caso, de la chocolatina, el objeto es absorbido, engullido, pasa a formar parte de nuestro ser. Donde antes había Dos, ahora solo hay Uno. Es el clásico proceso de nutrición animal.
Partimos de una dualidad sujeto-objeto. El sujeto sufre inicialmente una fase de inquietud, de insatisfacción, de búsqueda… es el hambre. En una segunda fase el sujeto encuentra el objeto de su búsqueda: es el alimento, o la presa. Comienza un proceso de atracción, de persecución, más o menos tenso, más o menos complejo. El sujeto atrae el objeto hacia sí, en cierto modo el sujeto se une al objeto.
La unión se produce en dos fases placenteras.
La primera es la captura, la posesión y el control de la presa.
Pero la unión culmina cuando el alimento es engullido en una fase de clímax de placer. Engullido, absorbido comido.
La dualidad desaparece. Ya no hay Dos sino solo Uno. El objeto pasa a formar parte íntegra del sujeto. En cierto modo el objeto muere y se diluye en el sujeto.
Y aquí tenemos un primer modelo, una primera metáfora del Amor y del camino espiritual. Maya nos muestra un modelo, una experiencia, que nos ayuda a ir comprendiendo o aprehendiendo, futuros desarrollos.
O dicho de otra forma, en clave evolutiva: el proceso a través del cual el sujeto engulle al objeto va evolucionando hacia el proceso espiritual de eliminación de la dualidad.
Puede entenderse en el sentido del Sujeto que absorbe dentro de sí al universo objeto. Pero también en el sentido del objeto que se deja engullir por el Sujeto supremo, o Dios.
Claro que los modelos no son perfectos, son simples pistas que nos da Maya, cursillos preliminares, para ir desarrollando el lenguaje, el sistema cognoscitivo, y comprendiendo los sutiles procesos de la interacción con Brahman.
Este modelo, basado en la nutrición biológica, viene referenciado en la tradición evangélica gnóstica, por ejemplo, cuando se dice aquello de
«el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna» (Juan 6, 51-58)
o también:
«el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás» (Juan 4, 14)
Otros modelos
Amor sexual
Aquí la interacción es recíproca, la búsqueda es recíproca y el placer igualmente recíproco.
Ambos resultan ser sujeto y objeto según sus respectivos sistemas de coordenadas.
Ninguno engulle al otro, salvo ciertas especies animales y ciertas desviaciones sexuales.
La unión se refleja en un «abrazo» donde sujeto y objeto se funden en una unidad, pero sin perder completamente la individualidad ni la dualidad.
Es un modelo relativamente frecuente en la literatura espiritual, pongamos por ejemplo el Cantar de los Cantares, las bodas alquímicas, o algunos salmos o parábolas bíblicas.
Amor paterno/materno filial
Otro modelo al respecto es el amor entre padres e hijos, hijos y padres. De ahí surge el modelo del Dios padre, y la Diosa madre.
El sujeto amante (hijo) busca el objeto protector, que le reporte seguridad y alimentos, de forma muy similar a como busca y desea el alimento propiamente dicho, como en el primer modelo. El placer aquí resulta más permanente, y menos intenso. Y, como en el modelo sexual, sujeto y objeto mantienen su autonomía.
Pero contrariamente al sexual no es un modelo igualitario, o simétrico. Las perspectivas del padre-protector, hijo protegido resultan muy desiguales.
El objeto de deseo no solo no es engullido como en el primer modelo. Al contrario, es el sujeto quien pierde parte de su autonomía.
El modelo aparece muy extendido en las cosmogonías espirituales, especialmente la judeocristiana. La consideración de un Dios-padre, o una diosa madre, a quien solicitar protección contra las adversidades, los enemigos… a pesar de que objetivamente se demuestra que la respuesta nunca llega 😉
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Bueno, pasemos al texto.